¿QUIÉN CONTIENDE CON DIOS? (2)

“Entonces respondió Jehová a Job desde un torbellino, y dijo: ¿Quién es ese que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría? (Job 38:1, 2).  “¿Es sabiduría contender con el Omnipotente? El que disputa con Dios, responda a esto” (40:2).
 
Lectura: Job 38:1-7; 39:1-4.
 
¿Por qué es importante que defendamos a Job? Porque al defender a Job defendemos el carácter de Dios. No tenemos un Dios capaz de quitarnos todo lo que tenemos, llevarse a nuestros hijos, y luego, cuando agonizamos en angustia y dolor, hablarnos duramente, acusándonos, para convencernos de nuestra ignorancia (como dice el título de Job 38 en RV60). “Respondió Job y dijo: Si quisiere contender con él, no le podrá responder a una cosa entre mil”. Job no era soberbio (9:20, 21, 32), pero Satanás, sí. El orgullo era su pecado. Pretendía ser como Dios: “Tú que dices en tu corazón; Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; y seré semejante al Altísimo” (Is. 14:13, 14). Esta fue su contención con Dios. Quiso desbancar a Dios y reinar sobre todo lo creado. Por eso Dios le habla de la creación en los capítulos 38-41. Job ya ha dado un discurso de la grandeza, sabiduría y poder de Dios en la creación (9:5-10). No pretende ser capaz de gobernar el universo, pero Satanás, sí.
 
Si estás postrado en cama con dolores insoportables, si estás sumergido en el dolor por pérdidas que han quebrantado tu corazón, si estás perplejo, sin entender nada de lo que te ha pasado, ¿crees en un Dios que te acusaría de ignorante porque tienes preguntas? Si buscas a Dios con desesperación anhelando presentarte delante de Él para recibir el consuelo de saber que te acepta, que no te condena, sino que te ama entrañablemente, ¿crees que te acusaría de prepotente? ¿Te preguntaría si te crees tan justo que no mereces sufrir? Por favor, este no es el Dios que el Señor Jesús reveló. No pisotea al que ya está prostrado, pero Satanás sí. Es cual buitre que cuando te ve postrado en tierra te aplasta aún más con una carga de culpa que no aguantarías ni aun si estuvieses de pie. Dios no te culpa, ¡te justifica!
 
Job no pretendía ser perfecto. Dijo: “Yo soy impío” (9:29). No necesita ser humillado. Pedía un abogado para defender su causa: “No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos” (9:33). Pero sí que hay, el Señor Jesús, que no vino para condenarnos, sino para salvarnos.
 
Si leemos las palabras y el tono de los capítulos 38-41 como un discurso para humillar a Job, estamos interpretándolas literalmente, sin tener en cuenta todo el resto del libro, el tema del libro, lo que Dios dice de Job, y la totalidad de la revelación de Dios en las Escrituras. En tal caso el libro de Job no será de consuelo para nosotros cuando sufrimos, sino una acusación de nuestro estado lamentable delante de Dios. Dios es nuestro defensor, no nuestro acusador: “No hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Dios es el Dios de toda consolación (2 Cor. 1:3). Se identifica con nuestro dolor: “En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad” (Is. 63:9). En cuanto a Job, Dios lo defendió (42:8), lo revindicó, restauró todas sus fortunas, “y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero” (42:12). Y usó a Job para mostrar que los justos sí sufren, pero que Dios los compensa abundantemente.   
 

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