“Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:23, 24).
Lectura: Ef. 4:25-32.
Hoy día se habla mucho de la sana doctrina, y es importante, pero hay una cosa mucho más importante, la buena práctica. Por mucha sana doctrina que tengamos, si no estamos viviendo como cristianos, no nos beneficia. No entramos en el cielo por un examen doctrinal, sino por la fe que conduce a las buenas obras, y estas buenas obras significan el buen obrar, una vida que refleja a Cristo. Aquí en este pasaje tenemos una descripción del nuevo hombre en Cristo y cómo vive en santidad y justicia:
“Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cado uno con su prójimo” (4:25). El creyente auténtico es una persona de integridad. Habla la verdad. No engaña a nadie, ni en la iglesia, ni en el trabajo, ni en los estudios. No tiene doblez.
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (4:26, 27). El creyente auténtico no entra en el juego del diablo por el enfado. Se controla cuando lo provocan. Mide sus palabras. Lo que tiene que solucionar cuando se presenta un conflicto, lo soluciona rápido. No lleva un enfado durante días. No permite que se convierta en rencor o resentimiento. No desacredita a la persona que lo ha ofendido, sino que habla con ella con tranquilidad y, en cuanto a lo que se refiere a él, vive en paz con todos los hombres.
“El que hurtaba, no hurte más, sino que trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (4:28). No solamente está trabajando para cubrir sus propias necesidades, sino para tener dinero para dar al necesitado. El texto no estipula el porcentaje, pero sí que comparta con los pobres. Si antes robaba, ahora da. Si antes era honrado, sigue siendo honrado y además es generoso con su dinero para con los que tienen necesidades económicas.
“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (4:29). La comunicación cristiana tiene la finalidad de edificar, no de informar de las faltas de otros, ni de hablar y hablar de mí misma, sino de dar gracia a los que me escuchen. Tantas veces nuestras conversaciones no dan ninguna gracia. Pongamos de nuestra parte para cambiar esto.
“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (4:30). Si no te acuerdas de haberlo hecho nunca, es que no lo reconoces cuando lo haces. Pide al Señor que te haga sensible a cómo se siente el Espíritu Santo en ti, si está feliz, o sí está triste por tu conducta o palabras. “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos uno con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (4:31, 32). Esta es la buena práctica del auténtico creyente.
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