UN BUEN CONSOLADOR

“Respondió Job, y dijo: Muchas veces he oído cosas como estas; consoladores molestos sois todos vosotros” (12:2).
 
Lectura: Job 16:3-5.
¡Cuántas veces hemos recibido “consolación” que nos ha hecho más mal que bien! Cuando alguien ha perdido un ser querido, las palabras sobran. Lo que menos necesitamos oír son perogrulladas, trivialidades, o lo que ya sabemos de sobra. Los amigos de Job solo intensificaban su sufrimiento. Para que podamos ser de ayuda, hemos de ponernos en el lugar del que sufre e identificarnos con su pena. Job era esta clase de persona. Dice a sus amigos: “Si vuestra alma estuviera en lugar de la mía… yo os alentaría con mis palabras, y la consolación de mis labios apaciguaría vuestro dolor” (16:4, 5). De esto se trata la consolación.

Job estaba pensando en la necesidad de un buen consolador cuando le vino una revelación diáfana de parte de Dios. Abrió su boca y dijo: “Ahora mismo tengo en los cielos un testigo; en lo alto se encuentra mi abogado. Mi intercesor es mi amigo, y ante él me deshago en lágrimas para que interceda ante Dios en favor mío, como quien apela por su amigo” (16:19-21, NVI). ¡Qué fe, y qué palabras más hermosas puso Dios en su boca en estos momentos de tanta angustia! Lo que dice es una verdad como un templo. Es pura revelación celestial. Y esto es cierto para nosotros en nuestras pérdidas y en nuestro dolor. Ahora mismo tenemos en los cielos un Testigo, uno que apela a Dios en defensa nuestra, uno que ha viso con sus ojos lo que nos ha pasado y sabe toda la verdad. Él es nuestro Abogado, como dijo el apóstol Juan: “Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). Ante las acusaciones de sus amigos, Job necesitaba un abogado de defensa. Tenemos un Intercesor: “El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escrudiña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Rom. 8:26, 27). Job no conocía estos versículos, pero en aquellos momentos estaba recibiendo esta ayuda de parte del Espíritu de Dios.

¡Este Testigo, Abogado e Intercesor es nuestro Amigo! (Juan 15:5). En Jesús, Job tenía un Amigo que entendía su dolor, uno que conocía lo que es ser abandonado por sus amigos cuando más los necesitaba. Conocía la pérdida de todo cuanto tenía. Él mismo dijo proféticamente: “He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte. Horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos” (Salmo 22:14-17). Si Job hubiese estado junto a su cruz, habría consolado a Jesús. Jesús sí que estuvo junto a los sufrimientos de Job, y lo consoló con una revelación de Sí mismo. Nadie clama como clamaba Job sin recibir respuesta.

Un Amigo hay más que hermano, Cristo el Señor,
Quien llevó en cuerpo humano nuestro dolor.
Este Amigo moribundo, padeciendo por el mundo,
demostró su amor profundo:
¡Dadle loor!   

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