“La misma tarde de aquel día se presentó en medio de sus discípulos y dijo: Paz a vosotros, y sopló sobre ellos diciendo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:19).
Lectura: Juan 20:19-23.
Robert McCheyne amaba el día del Señor. Dijo: “Por la mañana es grato levantarnos tempranamente e irnos a dormir tarde, con objeto de que nos resulte un día más largo, a fin de que sea más duradera nuestra comunión con Dios”. Y: “Deberíamos convertirlo en el día más ocupado de los siete; aunque, eso sí, solamente en los negocios de nuestro Padre. Evitad el pecado en ese día santo. Todo hijo de Dios debe evitarlo cada día, pero principalmente en el día del Señor. Es tanto un día de doble bendición como de doble maldición. El mundo tendrá que responder de sus pecados cometidos en el santo tiempo del domingo. Pasad el día del Señor en su presencia. Pasadlo como habréis de pasarlo en el cielo. Pues, el cielo es un deseado, perdurable, santo día del Señor. Que las alabanzas y las obras de misericordia ocupen mucho de su tiempo, como ocupaban el del Señor mismo”.
Por vía de testimonio cuento que el pasado domingo gocé de buena enseñanza, edificación y comunión con los hermanos tanto en el culto por la mañana, como en el culto de la tarde en otro lugar, pero no fue hasta entrada la noche que me di cuenta de que todavía no había tenido un encuentro personal con el Señor, que quedaban pendientes temas personales los cuales era menester tratar con Él. El domingo había transcurrido, pero todavía no se había cumplido su propósito. Fue en aquella búsqueda tardía que finalmente oí la Palabra que tenía Dios para mí. Ya pude cantar:
Ahora, Señor, acompáñanos, ya la noche nos encierra,
Pero la luz y la oscuridad están bajo tu mando;
Bajo su sombra aquí a descansar nos encomendamos,
porque Tú nos guardarás.
Que pensamientos santos nos ocupen mientras dormimos,
Nuestros primeros pensamientos sean de ti al despertarnos.
Que te sirvamos a lo largo del día, en todo lo que hacemos
Tu alabanza procurando.
Otro refugio no tenemos, nadie más aquí para ayudarnos,
Salvo a ti, oh Padre, quien nos has hecho tuyos.
Pero tu amada presencia no dejará solos
A los que buscan solo a ti.
Padre, tu Nombre sea alabado, venga tu reino;
Tu voluntad sea hecha en la tierra como en el cielo;
Guárdanos en la vida, perdona nuestros pecados, líbranos
Ahora y para siempre. Amén.
Petrus Herbert, murió en 1571
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