“Tus santos te bendigan… La gloria de tu reino digan, y hablen de tu poder… y la gloria de la magnificencia de tu reino” (Salmo 145:10, 11).
Lectura: Salmo 145:10-13.
Los profetas del Antiguo Testamento no hablaron específicamente del reino de Dios. Sin embargo, la realidad del reino estaba siempre presente en sus profecías. Hablaban del Dia del Señor como de un juicio escatológico universal, una visitación de Dios que cambiaría todo el orden físico por medio de una catástrofe cósmica que introduciría un nuevo orden mundial trayendo redención para un remanente y salvación, tanto para Israel como para los gentiles.
En las Escrituras del Antiguo Testamento salen tres figuras: el Mesías, el Hijo del Hombre y el Siervo Sufriente, pero los profetas y los santos de aquella época no entendían que se trataba de una misma Persona, ni entendían que el Hijo de David era el Mesías, ni mucho menos que era el Hijo de Dios, ni que su reino vendría en su plenitud solo después del Día del Señor cuando Dios juzgaría el mundo por medio de Él.
No entendían que el humilde siervo de Dios, que iba a redimir a su pueblo por medio de su sufrimiento personal para hacerlos justos, era tanto el Mesías como el Hijo de Dios. Creían que el Mesías sería un rey humano davídico que tendría poder divino y autoridad para castigar a los malos y bendecir a los justos (Is. 9:6; 11:1-5; Jer. 333:14-26; Mic.5:2). Aunque este rey davídico no se llama “Mesías” en el Antiguo Testamento, llegó a ser conocido como tal en el pensamiento judío y en la literatura rabínico. Creían que se levantaría entre los hombres para establecer un reino político. No creían que fuera la misma persona que aparece en Daniel 7:13, donde uno como un hijo de hombre viene con las nubes del cielo al trono de Dios para recibir un reino eterno. En el pensamiento judío creían que el Hijo del hombre sería un ser preexistente, celestial, sobrenatural que vendría del cielo para establecer un trono de gloria, juzgar a los malos y juntar a los justos bajo su gobierno en el reino de Dios. Este reino está descrito como un nuevo orden, un cielo y una tierra transformados. Creían que el Hijo del hombre era distinto del Mesías, que el Mesías era humano y el Hijo del hombre divino.
Dios iba revelando estas cosas poco a poco. Nosotros tenemos el privilegio de vivir en un tiempo en que entendemos mucho más de lo que entendían los santos de antaño. Pedro hace referencia a lo que no entendieron ellos cuando dijo: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escrudiñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaban en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 Pedro 1:10, 11). Por eso dice que Cristo viene a ser “piedra de tropiezo, y roca que hace caer”, para los que no creían, porque no estaban abiertos a recibir más revelación de Dios. Se apoyaban en lo poco que sabían al rechazar a Jesús como Mesías; pero para los que creemos “él es precioso”, como también dice Pedro (1 Pedro 2:7).
La revelación de Dios es progresiva en las Escrituras, pero completa en Cristo.
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