“Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” (Mateo 13:44).
Lectura: Mateo 13:45,46.
Las tres parábolas siguientes, el tesoro, la perla y la red barredera, Jesús las contó solamente a los discípulos y no a la multitud. Las dos primeras tienen la misma enseñanza y pueden ser tratadas como una sola. Se trata de un hombre dispuesto a venderlo todo para conseguir algo que tiene un valor incalculable. Las dos hablan del carácter escondido del reino y de su altísimo valor. Nos llevan a hacer la pregunta: ¿Qué valor doy yo al reino? ¿Qué estoy dispuesto a sacrificar por él? La idea principal de las dos es que el reino de Dios es el tesoro más grande que una persona puede conseguir en esta vida. Así lo considera el apóstol Pablo: “Y ciertamente aun considero todas las cosas como pérdida por la superioridad del conocimiento de Jesús el Mesías, mi Señor, por el cual perdí todas las cosas, y las tengo por estiércol, para ganar al Mesías” (Fil. 3:8).
Las dos parábolas, aunque similares, tienen algunas diferencias. En una, el hombre encontró el tesoro por casualidad, mientras en la otra el mercader encontró la perla porque había dedicado toda su vida a buscarla. Así es con el evangelio. Algunos lo encuentran por medio de las circunstancias normales de la vida, sin gran esfuerzo, mientras que otros lo encuentran después de probar otras religiones y estudiar otras filosofías, después de buscar y hacer preguntas durante años.
En la parábola del tesoro, el hombre vende todo lo que tiene con alegría porque el tesoro vale más que todo lo que posee. Vale más que el coste del discipulado, que puede costar muchísimo, puede implicar mucho sufrimiento, pero el que lo compra sabe que vale la pena, porque es de valor eterno. Por supuesto que la entrada en el reino no se compra con dinero, pero es de una transcendencia tal que debemos estar dispuestos a abandonar cualquier otro interés, amor, o proyecto de vida para encontrarla. De hecho, es necesario, porque el reino de Dios no es compatible con nada que no forme parte de él.
Citando nuestro comentarista de forma resumida, estas dos parábolas enseñan que:
- El reino de Dios tiene un carácter escondido.
- Si lo buscamos, lo hallaremos (Mat. 7:7).
- Algunos pocos lo encuentran buscándolo, mientras que la mayoría lo encuentran “por casualidad”, por las circunstancias normales que Dios introduce en su vida.
- Aunque es gratis, nadie lo obtiene si no está dispuesto a vender todo lo que tiene para conseguirlo: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todas sus posesiones no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33).
- El hombre hace esta renuncia con alegría e ilusión pensando en el mayor valor del tesoro.
- El reino de Dios es el verdadero tesoro de la vida. Es así porque nos lleva a la vida eterna y al gozo sin medida en la presencia de Dios para siempre.
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