EL EVANGELIO DEL REINO (9)

“Entonces, acercándose los discípulos; le dijeron: ¿por qué les hablas por parábolas? El respondiendo les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado” (Mateo 13:10, 11).

Lectura: Mateo 13:1-9.

“Les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí el sembrador salió a sembrar” (13:3). Vamos a mirar las parábolas de Jesús acerca del reino para ver las cosas sorprendentes que enseñó acerca de su naturaleza. Cada parábola que enseñó a la multitud añade nueva información, pero solo la captarían los que tenían oídos para oír. Podemos dividir estas parábolas en tres categorías: las que hablan de la siembra, las que hablan del crecimiento, y las que hablan de la cosecha.
Lo que nos sorprende de entrada es que Jesús no empieza su revelación de los misterios del reino de Dios hablando de un rey, sino de un sembrador.

Por la parábola del sembrador entendemos que el reino de Dios no viene de repente por medio de una conquista violenta, como pensaba Pedro (Mat. 26:51), y como pensaban los zelotes que lo querían introducirlo por medio de una revolución contra Roma; no viene por imposición del poder desde fuera, sino por medio de la predicación de la Palabra de Dios la cual es sembrada como una semilla, que después crece y da su fruto. El avance del reino es un proceso lento como el crecimiento de una semilla que cae en buena tierra. El reino no viene en forma de cataclismo, sino de manera discreta, casi desapercibida. No irrumpe en el escenario de Israel un guerrero potente que mata a los enemigos de Dios y sujeta todos a su gobierno, sino un simple predicador que proclama la llegada del reino y enseña cómo alguien voluntariamente puede llegar a formar parte de él. El éxito de la siembra depende de la clase de tierra en que cae la semilla.

No todas las personas son receptivas a la Palabra de Dios. Todo depende de la clase de corazón que tienen. Hay corazones duros, superficiales, distraídos y preparados. Solamente en estos últimos la semilla coge, echa raíces, crece y da su fruto. Los hay que oyen la Palabra de Dios y la rechazan de entrada; los hay que parecen tener interés, pero luego les interesan más otras cosas; los hay preocupados principalmente por las riquezas y las cosas de esta vida; luego los hay que desean las cosas de Dios. Estos son la buena tierra que produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno. En esta parábola Jesús centra su enseñanza en los enemigos de la siembra: las aves, el sol y los espinos aún más que en la calidad de la tierra. Es la combinación de la calidad de la tierra y la actividad de los enemigos la que determina el resultado final. El diablo juntamente con el corazón indispuesto se combina para que muchos se pierdan. Lo sorprendente para los oyentes de Jesús es que hay pocos que responden a la predicación del reino y llegan a formar parte de él. Este es uno de los misterios del reino que Él reveló en esta parábola.  


[1] En esta meditación, y las siguientes que versan sobre parábolas, he consultado el comentario de David F. Burt sobre el libro de Mateo, tomo III, publicado por Andamio.

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