“He aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lu. 17:21).
Lectura: Lu. 17:20-25.
Los judíos pensaban que el reino de Dios vendría de repente con eventos catastróficos que señalizarían el final del mundo, pero no hay reino sin gente regenerada, y antes de que pudiese venir el reino en su plenitud, el hombre tuvo que ser regenerado para ser apto para vivir en el reino en su última expresión. Jesús tuvo que morir para conseguir el perdón de pecados. Pero el perdón no es lo único que hace falta para habitar en el reino. Hay que nacer de nuevo, porque el reino está compuesto de gente nueva. Para ello el Espíritu Santo tuvo que venir. Y, como el reino está compuesto de gente de toda lengua, tribu y nación, el evangelio del reino tuvo que ser predicado a todos los países del mundo. Todo esto tuvo que tomar lugar antes de ver el reino tal como los judíos lo esperaban.
Cuando Juan estaba perplejo porque Jesús no hizo lo que él esperaba y le preguntó si era el que esperaba Israel, Jesús le aseguró que sí que lo era, que Él es el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento, y le citó la promesa mesiánica de Is. 35:5 que Él mismo estaba cumpliendo. Vamos a empezar con el versículo anterior: “Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo” (Is. 35:4-6). El ministerio de Jesús fue un pequeño anticipo de cómo será el reino.
En esta línea de confirmar que Él mismo es el cumplimiento de la promesa esperada, Jesús dijo a sus discípulos: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron” (Lu. 10:23, 24).
Otra marca distintiva del reino en su plenitud será la ausencia de actividad demoníaca. Jesús mostró anticipadamente cómo será entonces con su ascendencia sobre el diablo: “Pero si yo por el Espíritu se Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mat. 12:28). Una de las obras más características de Jesús fue el sacar fuera a los demonios. Estaba presente el poder real del Rey. El poder de Dios había venido a ellos en la misión de Jesús para librarlos de la esclavitud del diablo: “¿Porque cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces puede saquear su casa” (Mat. 12:29). Jesús vino de Dios a este mundo, que es la casa del hombre fuerte, para librar a la gente del poder de Satanás, para saquear sus bienes, y lo puede hacer porque el poder del reino de Dios estaba presente en su Persona que ha vencido a Satanás, ha atado al hombre fuerte. Antes de la destrucción escatológica definitiva de Satanás, Dios en Jesús le había dado una derrota preliminar.
Esta destrucción preliminar se veía en la misión de los discípulos quienes proclamaban el reino de Dios y sacaban fuera demonios “Sanad a los enfermos y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios. Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre” (Lu. 10:9, 17). “Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo:… He aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lu. 17:20, 21). No en su plenitud como ellos esperaban que viniese, sino en la persona del Rey.
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