EL EVANGELIO DEL REINO (4)

“En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:2).
 
Lectura: Mateo 3:1-6.
 
Juan el Bautista fue el mensajero de Dios para anunciar la llegada del reino en la persona de Jesús y preparar a la gente para entrar en él por medio de la confesión de sus pecados. Dada la complejidad de la enseñanza acerca del reino de Dios en el Antiguo Testamento y la multiplicidad de interpretaciones que fueron sostenidas en su día, no nos sorprende la confusión de Juan. Dios le había revelado que Jesús era el Rey esperado y también el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, pero él no entendía que el Día del Juicio no fuera inminente. Él creía que Jesús había venido para juzgar y reinar inmediatamente: “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá a su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (Mat. 3:10-12).
 
Nosotros ahora entendemos la diferencia entre la primera venida de Cristo para salvar, y la segunda para juzgar y reinar, pero Juan y los santos del Antiguo Testamento creían que había una sola venida y que este personaje haría todo de una vez. No nos extraña su falta de comprensión porque hay muchas profecías del Antiguo Testamento que presentan la primera venida del Mesías y la segunda de manera que parecen un solo evento. Juan el Evangelista lo aclaró diciendo que Jesús no había venido para condenar, sino para salvar: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:17). Jesús mismo lo explica con estas palabras: “Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Juan 12: 47, 48).  Esta aclaración era necesaria.
 
Cuando Juan el Bautista dijo: “El reino de los cielos se ha acercado” está claro que lo entendió como un solo evento apocalíptico: el Día del Juicio. Pero cuando Jesús no estaba actuando como él anticipaba, quedó perplejo: “Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” (Mat. 11:2, 3). La respuesta de Jesús implicaba una reinterpretación radical de la esperanza del Antiguo Testamento (Mat. 11:4-6). Hacía falta entender la diferencia entre “este tiempo” y “el siglo venidero” (Mat. 19:28, 29; Mc. 10:30; Lu. 20:34-36; Ef. 2:7). Juan el Bautista y los santos del Antiguo Testamento pensaban que toda la profecía se iba a cumplir ahora, en esta vida. Pablo explica que hay dos vidas: “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (1 Cor. 15:19). Esperamos otra vida gloriosa en que todas las promesas de Dios serán cumplidas. Esta será la plenitud del reino. ¡Lástima que Juan no vivió para escuchar a Pablo! Juan era el último y más grande de todos los profetas del “Antiguo Testamento”, pero ahora había llegado Jesús.  

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