“Y he aquí dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén” (Lucas 14:13).
Lectura: Lucas 24:13-21.
Hace muy poco estábamos celebrando el día de la resurrección, el día más grande del calendario cristiano. Ahora estamos en el período entre la celebración de la resurrección y la de la venida del Espíritu Santo. Fueron días muy confusos para los discípulos. Creían y no creían. Estos dos del camino a Emaús estaban desilusionados, tristes, perplejos, y no entendían nada. Un extraño se acercó y caminó con ellos, pero sus ojos estaban cegados a su identidad debido a su incredulidad. Le explicaron su zozobra: “Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido”. (24:21). Lo lógico habría sido quedarse en Jerusalén a ver lo que pasaba, pero no, estos salieron, porque habían perdido la fe. ¡Su incredulidad les iba a costar hacer el mismo camino dos veces!
¡Encima no creían la evidencia! Al extraño le explicaron la evidencia que ellos mismos rechazaban: “Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive”(24:23). ¡No creen la palabra de las hermanas en la fe, ni tampoco la de los ángeles! “Y fueron alguno de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron” (24:24). ¡Tampoco creyeron el testimonio de los discípulos! No hacían la conexión entre las Escrituras, la promesa de Jesús, y los acontecimientos. Entonces el extraño les dice: “Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho” (24:25). ¡Ya les vale! No reconocieron al extraño, ni después de mostrar su autoridad, su cuidado pastoral de ellos, su conocimiento de las escrituras, y su autoridad.
Pero había otros que habían tomado muy en serio lo que Jesús había prometido, los únicos, y ¡eran sus enemigos! “Al día siguiente, que es después de la preparación se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato, diciendo: Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré” (Mateo 27:62). ¡Ellos, sí, habían tomado nota! Los discípulos, no; pero los enemigos, sí. Pidieron una guardia de Pilato y él se la concedió. Los mismos soldados romanos no solo sabían que Jesús había prometido resucitar, ¡ellos lo presenciaron! “Unos de la guardia fueron a la ciudad, y dieron aviso a los principales sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido” (Mat 28:11). La guardia sabía que Jesús había resucitado, se lo dijeron a los ancianos, y ellos lo creyeron, con la cabeza, pero no se convirtieron, porque no les interesaba creerlo. Lo encubrieron sobornando a los soldados para que el mensaje no saliera al público.
¡Vaya mezcla! Los creyentes no creen y los enemigos de Jesús sí creen y no se convierten. ¿Qué es lo que hace falta para creer? ¿Oír testimonios presenciales? No. ¿Tener las Escrituras? No. ¿Escuchar las profecías de Jesús? No. ¿Ver ángeles? No. ¿Ver el acontecimiento con tus propios ojos? No. ¿Ver al mismo Jesús? Tampoco. Lo que hace falta para creer es fe. Es lo único que hace falta. ¿Quién estaba esperando la resurrección con fe? Nadie. ¿Y tú crees? ¿Por qué? ¿Cómo sabes que es cierto?