“También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas” (Mateo 13:45).
Lectura: Mateo 13:44-50.
Cuanto más meditamos en la enseñanza de Jesús acerca de la naturaleza del reino de Dios, más comprendemos la diferencia entre lo que Jesús enseñaba y las ideas que tenían los judíos en general acerca del reino; y más comprendemos la reacción de los escribas y fariseos frente a Jesús; y la confusión de Juan el Bautista; y la tardanza de los mismos discípulos en entender que Jesús no iba a restaurar el reino a Israel inmediatamente. También entendemos por qué los judíos modernos no creen en Jesús. No fue la clase de Mesías que esperaban y su reino no era la clase de reino que esperaban. Hasta el día de hoy hay mucha confusión en cuanto al reino entre los mismos cristianos. De hecho, hay fuertes diferencias de opinión entre verdaderos creyentes sobre estos puntos. Las parábolas del reino hacen mucho para aclarar estos conceptos.
Las tres últimas parábolas que el Señor enseñó solamente a los discípulos y no a la multitud tienen implicaciones muy fuertes para la iglesia de hoy. Voy a mencionar dos. Nosotros tendemos a enfatizar que la salvación es gratis, y es cierto. No fuimos redimidos por oro o plata (1Pedro 1:18, 19). Pero a la vez es cierto que entrar en el reino de Dios nos cuesta todo: “Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” (Mateo 13:44). Cuando predicamos el evangelio, raras veces explicamos esto a la persona que está en vías de convertirse. Le damos la impresión de que no le va a costar nada seguir a Jesús, pero cuando descubre la realidad del precio, le puede sorprender hasta el punto de volverse atrás. Seguir a Jesús nos va a costar todo lo que somos y tenemos, y tal vez, hasta la vida misma.
En la última parábola aprendemos que muchos que pretenden ser cristianos no serán admitidos en el reino, y que estas personas pueden estar en nuestras iglesias. La red “recoge toda clase de peces” (13:47). Nosotros pensamos que una vez que hemos pescado a alguien, ya es salvo. Todos los peces están en la misma red, pero algunos son salvos y otros no. “Al final del siglo saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes” (13:49, 50). Nosotros pensamos que Dios está tan deseoso de poblar su reino con gente, que cualquier persona que profesa fe vale. La iglesia pone el listón muy bajo, pero Jesús lo ponía muy alto. Nosotros no hablamos mucho acerca de la suerte de los que no están dispuestos a pagar el precio; Jesús, en cambio, sí. Nosotros enfatizamos que la salvación es un don gratuito; Jesús, en cambio, entendía el extraordinario valor del reino, que es un tesoro de tal magnitud que renunciamos a todo para conseguirlo: “gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo”; que es una perla preciosa, y vale la pena vender todo lo que tenemos para comprarla (13:46).
Es difícil entrar en el reino. Implica un costo seguir a Jesús toda la vida sin desmayar hasta llegar a las puertas francas de Sion. El camino es el que marcó Jesús.
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