LOS CINCUENTA DÍAS (12)

“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
 
Lectura: Hechos 2:36-42.
 
Cuando el Espíritu Santo cayó sobre Pedro, el que había tenido miedo de admitir que conocía a Jesús se convirtió inmediatamente en un poderoso predicador de Jesús delante de una multitud de miles de judíos de todo el mundo que estaban en Jerusalén aquel día para celebrar la fiesta de Pentecostés. Les explicó lo que había ocurrido, cómo los apóstoles podían hablar todos estos idiomas sin haberlos estudiado: había venido el Espíritu Santo tal como lo había profetizado el profeta Joel y citó el texto. Luego habló de la vida de Jesús, sus milagros, de cómo ellos lo habían prendido y matado por mano de los romanos, de cómo Dios lo tenía planeado desde siempre y cómo lo levantó de la muerte (y citó el Salmo 16 de David que lo había profetizado) y que ellos fueron testigos de todo ello, y de cómo Jesús había ascendido al cielo y mandado al Espíritu Santo (y citó el Salmo 110 de David para comprobar que todo esto estaba profetizado en sus Escrituras). Terminó su mensaje diciendo: “Sepa, pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (2:36).
 
El poder del Espíritu Santo convenció de pecado a todos los oyentes y clamaron compungidos: “Varones hermanos, ¿qué haremos?”, dándose cuenta de que habían matado a su Mesías. “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (2:38). Hubo una respuesta multitudinaria y “los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” a la Iglesia (2:41). Con la venida del Espíritu Santo y la poderosa predicación del evangelio de Jesucristo, 50 días después de la resurrección de Jesús nació la Iglesia.
 
Hizo falta la venida del Espíritu Santo para completar la obra de salvación. Jesús murió para quitar nuestro pecado y el Espíritu Santo vino para convertirnos en nuevas personas, regeneradas, nacidas de nuevo para formar parte del Reino de Dios. En 53 días estaba todo hecho: 3 días para la muerte y resurrección de Jesús, 40 días para mostrar por medio de sus apariciones que realmente estaba vivo, culminando en su ascensión al cielo, y 10 días más para que viniese el Espíritu Santo quien completó la obra de nuestra salvación. Concluimos con una cita al respecto:
 
“Toda oveja de Cristo tiene dos características, dos señales o marcas. Una marca se le hace con la sangre de Jesús. Toda oveja y cordero del rebaño de Cristo hubo un tiempo en que estuvo manchado y corrompido con la culpa del pecado siendo un dechado de miseria y corrupción. Pero cada uno de aquellos que ha sido guiado a la sangre de Jesús ha sido lavado con ella. Todos pueden decir: “Al que nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, sea gloria e imperio para siempre jamás, Amén» (Ap. 1:5, 6). ¿Tienes tú esta señal? Examínate bien y descubre si la tienes o no. Nunca estarás en el cielo, a menos que la tengas. Solo estarán allí todos aquellos que hayan “lavado sus ropas y las hayan blanqueado en la sangre del Cordero” (Ap. 7:14). La otra marca la hace el Espíritu Santo. Esta señal es un nuevo corazón. “Os daré corazón nuevo” (Ez. 36:26). Este es el sello del Espíritu Santo, sello que da a todos los que creen. Con poder infinito el Espíritu Santo extiende su mano invisible y silenciosamente cambia el corazón de todos los que vienen a ser verdaderamente de Cristo. ¿Tienes tú un nuevo corazón? Nunca irás al cielo, porque no serás apto para él, si no tienes ese nuevo corazón. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él” (Rom. 8:9). Amados hijos, orad para tener estas dos marcas de las ovejas de Cristo, el perdón por los méritos de su sangre y el nuevo corazón por la obra del Espíritu santo, en vosotros. ¡Oh tened ansia por obtenerlas y por obtenerlas ahora! Pronto vendrá el gran pastor y apartará a las ovejas a su diestra y a los cabritos a su izquierda. ¿Dónde estarás tú en aquel día?” (Roberto McCheyne).