FUEGO Y LEONES (1)

“He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado… Y estos tres varones, Sadrac, Mesac y Abed-nego, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo” (Dan. 3:17, 18, 23).

Fuego:
Nuestra vida transcurre entre fuego y leones. Por un lado, vivimos en el horno de fuego a causa de nuestra fe en Cristo, al igual que los amigos de Daniel. No hemos podido renunciar nuestra fe para acoplarnos a la mentalidad de este mundo. El mundo se enfurece y quiere destruirnos, pero no lo consigue, porque el Señor Jesús está con nosotros: “¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo veo cuatros varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses” (Daniel 3:24, 25). El cuarto era nuestro amado Señor, que viene para estar con nosotros en la prueba de fuego. Las llamas no pueden dañarnos, porque estamos en Él. El Señor no nos libra de pasar por el fugo, sino que nos protege en medio de él para que no dañe nuestro espíritu: “Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama ardera en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador. No temas, porque yo estoy contigo” (Is. 43:2, 3, 5). No perdemos la fe. Al contrario, es purificada y fortalecida: “… tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro… sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1: 6, 7).
Leones:
Por el otro lado, leones: “Sed sobrios, y velad: porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, ando alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe” (1 Pedro 5: 8, 9). Daniel los enfrontó literalmente:“Entonces el rey mando, y trajeron a Daniel, y le echaron en el foso de los leones” (Daniel 6:16). Daniel fue echado a los leones porque su vida fue intachable y los del mundo no encontraron nada de que acusarle, así que se metieron con su fe. Sus enemigos “buscaron ocasión para acusar a Daniel en lo relacionado al reino; mas no podían hallar ocasión alguna o falta, porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él. Entonces dijeron aquellos hombres: “No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna para acusarle, si no la hallamos contra el en relación con la ley de su Dios” (6:4, 5). Nuestro fe es lo único que no soportan los del mundo, pero es precisamente ésta la que nos salva de los leones, no solo nuestra fe, sino también una vida limpia vivida en consecuencia con nuestra fe. Daniel explica el motivo por el cual no pereció: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante Él fui hallado inocente” (6:22). Aquí vemos que hay dos cosas que nos protejan del león rugiente, el enemigo de nuestras almas: una fe fuerte, y una vida limpia delante de Dios.