EL DIOS DE ABRAHAM (3)

“Por fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa. Por fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir” (Heb. 11:8-10; 17-19).

Continuamos mirando la vida de Abraham para saber cómo es Dios. Vemos que Dios no se reveló primeramente en una serie de leyes, sino por medio de una relación con un hombre. De eso aprendemos que para Dios lo principal es la relación con Él, Persona a persona, y esto, por encima de nuestro cumplimiento de las normas prescritas. Ellas vienen después para proteger la relación. Otra cosa que notamos en esta lectura de Hebreos es que la fe es el medio por el cual nos relacionamos con Dios y que esta fe ha de ser probada para ver si es auténtica. Todas nuestras pruebas son pruebas de fe.

Gen. 22. Finalmente nació Isaac, pero las pruebas de nuestra fe no han terminado cuando finalmente recibimos lo prometido. La prueba más fuerte todavía le esperaba: Dios le pidió el hijo que le había dado. Lo que Dios nos da sigue siendo suyo. La obediencia de Abraham es legendaria y la recompensa de Dios incalculable. Ofrecer a su hijo fue un acto de fe en que Dios le levantaría de los muertos. Dios estaba emocionado con la respuesta de Abraham y le prometió bendición multiplicada. ¡Nunca podemos dar más que Dios! El Hijo que Dios nos ha dado supera cualquier sacrificio que hemos hecho por Él.

Gen. 23. Sara murió y el que iba a heredar el mundo tuvo que comprar unos pocos metros cuadrados para enterrar a su muerta; ¡el Dios de Abraham es paradójico! El que no tuvo nada era dueño de todo. Años más tarde, cuando Abraham murió, no era dueño de más terreno que este pequeño cementerio. Nosotros que somos herederos de las mismas promesas también vivimos como extranjeros en este mundo, pobres pero poseyendo todas las cosas. Como Abraham, no entraremos en nuestra herencia hasta después de muertos. ¡Resucitaremos para recibir la mayor sorpresa de nuestra vida!

Gen. 24. Abraham deseaba una esposa para su hijo, lo mismo que Dios. ¡Ya son viejos amigos y piensan igual! Abraham mandó lejos para buscar una que fuese creyente y la consiguió a alto precio. Dios también buscó una esposa muy lejos para su Hijo y a gran precio. Ha sido complicado, ¡pero Dios la consiguió!
El Dios de Abraham va probando nuestra fe. ¿Realmente creemos sus promesas? ¿Confiamos en Él, en su palabra? ¿Esperamos que haga lo imposible? Pide lo que más amamos y nos lo devuelve con creces. Dios ofreció a su Hijo en al altar, como Abraham, pero en su caso no hubo sustituto posible. Nos ha escogido para que seamos la esposa de su amado Hijo. Aquí nos enterraremos sin nada y despertaremos para encontrar que la herencia prometida supera nuestras más exageradas expectativas, “por lo cual Dios no se avergonzará de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Heb. 11: 16). Al final, el Dios de Abraham se llamará Dios de cada uno de nosotros.