MARÍA RECUPERA A JESÚS (2)

“Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro y vio dos ángeles” (Juan 20: 11, 12).
No sabemos cómo fue, porque la narración no lo explica, pero tenemos que encajar la experiencia de María Magdalena en medio de todo el vaivén de aquel día emocionante. Lo que cuenta Juan nos hace pensar que ella no estaba presente cuando las otras mujeres encontraron a Jesús por el camino, sino que se había quedado en la tumba. Sea como fuese, en el evangelio de Juan la tenemos afuera de la tumba llorando porque su mundo se había colapsado. Había perdido su motivo de vivir. Jesús era su vida y sin él ya no tenía razón de ser, ni deseaba vivir. Podría pasar el resto de su existencia la lado de la tumba llorando, pero ni esto tendría significado si su cuerpo no estaba dentro. Por eso lo buscaba con ansias.
El amor de Jesús es siempre muy personal: me conoce, me entiende, me respeta, me valora, quiere estar conmigo y desea mi compañerismo. María había descubierto este amor. Es más, había tenía una historia importante con Jesús. Él la había encontrado cuando ella estaba deshecha, hecha una pena, destrozada por la posesión demoníaca, destruyendo su cuerpo en la prostitución, una piltrafa de mujer; casi había perdido su humanidad. Y Jesús le había restaurado a la vida. Le había devuelto su dignidad. ¿Cómo podría vivir sin él? No quería el cadáver; ¡quería a su Señor! Y allí estaba, detrás de ella, delante de la tumba, pero cuando ella giró, no le reconoció. No creía que era un ángel, ni un fantasma; creía que era un hombre normal, el jardinero. Hasta que no escuchó su nombre en el idioma en que solían conversar, no sabía que era él. Al reconocerle le dijo: “Raboni”, en el mismo idioma: “Maestro”. No le dijo “Jesús”. La relación entre ellos era formal, siempre guardando la distancia debida.
Ahora que le había recuperado, no quería que se le fuese nunca más. Se le agarró por los pies, pero él le dijo que no podía quedarse en este mundo, que tenía que volver a su Padre. No le dijo que no le tocase, pues había dejado abrazar sus pies a las otras mujeres, sino que ella no le podía retener, detener, conservar aquí en la tierra. Ella quería una relación eterna con él empezando ya, pero él tuvo que volver a su Padre antes de volver otra vez a este mundo para quedarse aquí para siempre. Esto lo haría un día en el futuro, cuando bajase en gloria, y entonces María tendría el deseo de su corazón, pero tendría que esperar. Solo entonces tendría el amor perfecto, la relación perfecta, satisfacción total, todo lo que nuestro corazón también anhela. Entonces estaría total y plenamente feliz para siempre con él, pero ahora no. Primero el evangelio tenía que ir a los gentiles. Y ella tenía un ministerio esperándole que empezaría con dar las buenas nuevas a sus discípulos. Tendría que dar su testimonio, que en una palabra es: “He visto al Señor”.
Y su caso es el nuestro. Su testimonio es el nuestro. Jesús es nuestro todo. A duras penas vivimos aquí abajo sin su presencia física. Es una vida por fe, pero nuestro anhelo es aquel día cuando vuelva, entonces tendremos la realización de todo lo que siempre hemos deseado toda la vida. Estaremos para siempre con el Señor.