“No tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda” (Mal. 1:10).
Dios es sensible en cuanto a nuestra actitud hacía sus cosas. No se trata solo de cumplir con nuestra responsabilidad espiritual; se trata de la actitud con que lo hacemos. Si le servimos de mala gana, ¡Dios lo considera una ofensa hacia su Nombre! “Vosotros lo habéis profanado cuando decís: Inmunda es la mesa del Jehová, y cuando decís que su alimento es despreciable” (v. 12). Obviamente no dijeron literalmente: “La mesa del Señor es inmunda”; su actitud lo decía. ¡Dios oye nuestras actitudes! Hablan más fuerte que nuestras acciones. Si celebramos la mesa del Señor cada domingo, cumplidamente, mientras pensamos: “¡Qué pesada es esto! Me aburro”, profanamos su mesa con nuestra actitud: “Habéis además dicho: ¡Oh qué fastidio es esto! Y me despreciáis, dice Jehová” (v. 13). No lo habían dicho en tantas palabras, claro, pero lo pensaban. Si pensamos que ir al culto es un fastidio, que las reuniones son pesadas, que los sermones son interminables y que la gente es insoportable, a Dios le llega el mansaje con toda claridad. Le estamos despreciando.
Ellos despreciaban la mesa del Señor, es decir, su altar, cuando presentaban animales cojos, enfermos, ¡hasta robados! “Me despreciaste, dice Jehová de los ejércitos; y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo esto de vuestra mano? Dice Jehová. Maldito el que engaña” (v. 13, 14). Si el cojo es lo mejor que tenemos, Dios lo acepta, pero “el que teniendo machos en su rebaño, promete, y sacrifica a Jehová lo dañado” no honra a Dios (v. 14). Lo que Dios quiere es que nos encante agradarle y que le ofrezcamos lo mejor, como dice el himno: “Da lo mejor al Maestro”. El rey David dijo: “No ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuestan nada” (2 Sam. 24:24).
En el pasaje siguiente, Dios describe la actitud que le agrada: “Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso, de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado” (Is. 58:13, 14). Esto es lo Dios quiere, que nos deleitemos en Él.
Pues, demos a Dios lo mejor que tenemos con un corazón rebosando de amor para Él. Esto es lo que a Dios le agrada, que servirle sea nuestra delicia; que nos deleitemos en sus cosas. Que no digamos: “¡Que fastidio! ¡Tengo que levantarme para tener el tiempo devocional!”, sino que salgamos de la cama pensando: “Pasar tiempo con el Señor es un placer. No tengo mayor delicia. Señor, me deleito en Ti”. Amén.