“Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Heb. 10:24, 25).
Hay dos cosas básicas en la vida cristiana, como bien sabemos: amar a Dios y amar al hermano. ¿Para qué te sirve tanto conocimiento bíblico si no amas al hermano? Dices que le amas. ¿Cómo puedes amar a gente cuando no tienes nada que ver con ellos? Amar en abstracto no cuenta. La Biblia no dice: “De tal manera amó Dios al mundo que puso un el cielo una hermosa nube en forma de corazón”. Dice: “De tal manera amó Dios al mundo que ha dado…” (Juan 3:16). Se involucró en la vida de cada ser humano. Jesús vino. Estuvo aquí. Se mezcló con todos nosotros. Y éramos muy malos, peores que los de ninguna iglesia. Tú, en cambio, dices que no puedes ir a la iglesia porque la gente es muy mala, porque te han hecho mucho daño, porque su teología es mala, porque son una fraternidad (colla) de hipócritas. ¿Qué encontró Jesús cuando vino a este mundo? ¿Gente agradecida que le valoraban? No. Encontró hipócritas religiosos, pecadores empedernidos y discípulos infieles y traidores. Ya lo sabía antes de venir y todavía vino. Vino a salvar a la gente de su maldad y cambiarnos y capacitarnos para amar.
Dices que eres salvo. Bien. Entonces el Señor te ha capacitado para amar a los de tu iglesia. ¿Pero cómo puedes si no tienes ninguna relación con ellos? No los necesitas para nada. Puedes vivir la vida cristiana perfectamente sin relacionarte con ningún creyente, tú y Dios, y nadie más. ¡Mira qué bien! Así evitas disgustos. Tú en tu casa, cada creyente en la suya, y Dios en la de todos. ¿Esto es lo que Cristo hizo? No. Salió de su casa y denunció el pecado de los religiosos y tuvo comunión con los suyos, aunque eran muy defectuosos. Hasta el último momento de su estancia en la tierra los estaba pacientemente enseñando las Escrituras, porque no habían entendido lo básico, a saber, ¡que todas las Escrituras hablan de Él! (Lu. 24:25-27).
“Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1). Esto es lo que tú tienes que hacer, amar a los suyos, a los que son de Él. El amor no es virtual. No puedes amar sin relacionarte, sin involucrarte, sin mojarte. Tú, desde tu casa, amas a todos los cristianos del mundo, pero no convives con los que tienes cerca. ¿Cómo, pues, puedes obedecer los siguientes mandatos?: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15:12). “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” (Heb. 10:24). “Antes exhortaos los unos a los otros cada día… para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (Heb. 3:13). “Los miembros todos se preocupen los unos por los otros. Si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él” (1 Cor. 12:25, 26). “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros” (Sant. 5:16). “Estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:4). ¿Cómo puedes aprender a perdonar, a tener paciencia si no estás donde te ofenden? ¿Cómo puedes ser la mano o el pie de un cuerpo con el cual no estás conectado? (1 Cor. 12:13-25). Las Escrituras presuponen que la vida cristiana se lleva a cabo en comunidad. Gran parte de la santificación se logra relacionándonos los unos con los otros.