EL PRIMER MANDAMIENTO

“Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Deut. 5:6, 7).
Los diez Mandamientos encierran más de los que solemos pensar. Hablan de un enfoque de la vida centrada en una correcta comprensión de Dios que lleva a una buena relación con los demás. El Señor Jesús resumió toda la ley y los profetas en una sola palabra: amar, a saber, amar a Dios y al prójimo.
Amar a Dios es más que creer que “tiene que haber un algo”, como suele decir la gente. Es más que creer que Dios existe. Y es más que tener una doctrina correcta de Él. Es tener una pasión para Él que nos consume como el fuego de la zarza ardiente. Es tener una devoción a su Persona basada en un conocimiento correcto de Él, acompañado con temor, respeto, aprecio, cariño y obediencia.
“No tendrás dioses ajenos delante de mí” (v. 7) significa más que no ser idólatra. Es no inventar a un dios a mi medida. Es también no representar mal a Dios dando una falsa imagen del Él por lo que decimos o cómo vivimos. ¿Qué imagen de Dios doy con mi vida? ¿Lo represento correctamente, o doy una falsa imagen de Él? ¿Hago pensar que Dios es un ser humano como yo, un compinche? ¿Me dirijo a Él como me dirijo a mis semejantes? ¿Trato a Dios y las cosas de Dios ligeramente? Cuando oro, ¿hablo a Él como si fuera la pared? ¿Le doy un discurso como si se tratara de una conferencia, o se nota un tono de sumo respeto, y adoración, y reverencia en mi voz cuando oro? ¿Tengo un Dios vasto, omnipotente, transcendente, superior a todo lo que conozco, y todo lo que se podría decir de Él, pero hecho cercano en Cristo? ¿Le presento como un Dios severo, o como un bonachón, o le represento tal como es? Conociéndome, ¿qué idea tiene la gente de mi Dios? Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Yo quiero reflejarle verdaderamente.
Así es como Dios se dirigió a su amigo Abraham: “Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apreció Jehová le dijo: Yo soy el Dios todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto” (Gen. 17:1). Cuando llamó a Moisés le dijo: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios” (Éxodo 3:5, 6). El Nuevo Testamento le revela en estas palabras: “Nuestro Dios es fuego consumidor” (Heb. 12:29). ¿Tengo sumo cuidado para no ofenderle? ¿Lo tengo siempre presente, andando conmigo en un ambiente de santidad? ¿Me gozo en su presencia consciente del privilegio que es mío, que el Dios tres veces santo guarda compañía conmigo porque me ha amado en Cristo con amor eterno? ¿Le tengo por sublime y también cercano?
Que Dios nos ayude a no tenerle como una figura impasible sentado en un Trono distante en el cielo, como si fuese hecho de mármol. Que le tratemos como el Dios que me oye y me ve, en una relación auténtica, cálida, respetuosa y humilde que sea de su agrado, consciente de cómo me honra con su presencia, y temerosa de Él para andar en santidad de vida con el Dios que me ama y me ha aceptado en Cristo. Así puedo comunicar a los demás una imagen real de cómo es, y puedo relacionarme con el Dios que es, y no uno que es un producto de mi mente, y, a fin de cuentas, un ídolo. Como decía el apóstol Juan, “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Juan 5:21).