“Y me dijo Jehová: Procúrate los aperos de un pastor inútil, porque, he aquí, Yo levanto en la tierra a un pastor que no se ocupará de las perdidas, ni buscará la descarriada, ni curará la perniquebrada, ni mantendrá a la que está en pie, sino que se comerá la carne de la robusta” (Zac. 11:15, 16, BTX).
La parábola del rechazo del buen pastor termina con una obra de mimo. El profeta hace una representación de lo que sucede luego: Israel rechazó al Buen Pastor, así que le fueron dados malos pastores: “He aquí, Yo levanto en la tierra a un pastor que no se ocupará de las perdidas, ni buscará la descarriada, ni curará la perniquebrada, ni mantendrá a la que está en pie, sino que se comerá la carne de la robusta”. El mal pastor es el que no se ocupa de los perdidos, ni busca la descarriada, ni cura la que está herida, ni da de comer al sano, todo lo contrario, ¡se lo come! El perdido se perdió porque nadie se ocupó de él. Según la Reina Valera, el segundo grupo son los jóvenes. Hay que velar por los jóvenes en la fe para que no vuelvan al mundo. Son particularmente vulnerables. Los heridos necesitan sanidad. El pastor tiene que ser adepto en la cura de almas. No debe ignorar a los sanos tampoco. Necesitan la buena enseñanza en la iglesia que les mantiene sanos. El pastor no debe descuidar de ellos pensando que se pueden ocupar de sí mismos, ni mucho menos utilizarlos para sus propios fines. Al contrario, debe formarlos para que sean aún más productivos, como Jesús enseñó en la parábola de la vid y los pámpanos (Juan 15). La vid que produce fruto tiene que estar preparada para producir aún más fruto. El creyente maduro necesita una atención especial para desarrollar todos sus dones y tener la oportunidad de usarlos.
Así que el buen pastor atiende a los perdidos, a los jóvenes, a los heridos y a los sanos. Clasifica a cada miembro de su congregación según la atención que necesita. La Sra. María del Mar, ¿en qué categoría está? ¿Está con un pie en el mundo a punto de perderse? ¿Es joven en la fe? ¿Necesita ser discipulada? ¿Ha vivido situaciones que le han dejado herida? ¿Cuáles son las secuelas de su vida anterior? ¿Hay que trabajar el tema de la santidad con ella? ¿O está prosperando en su vida cristiana? ¿Tiene ministerio suficiente en la iglesia? ¿Cómo le va?
La palabra de Dios para el mal pastor es esta: “¡Ay del pastor inútil; que abandona el rebaño! ¡Séquese su brazo por completo, y apáguese para siempre su ojo derecho!” (v. 17). Hay una maldición sobre su cabeza. Ay del pastor que solo predica y no atiende a los miembros de su congregación según la necesidad de cada uno.
Históricamente, ¿qué pasó con Israel cuando rechazó a Dios como su Pastor? Su historia es una larga sucesión de malos pastores hasta que vino Jesús, el Buen Pastor, y él también fue rechazado. Todo Mateo 23 es una acusación de los malos pastores de su día: “En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; aman el primer reclinatorio en las cenas y las primeras sillas en las sinagogas, y los saludos pomposos en las plazas, y que los hombres los llamen Rabbí. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que cerráis el reino de los cielos delante de los hombre, porque no entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que tratan de entrar” (ver Mat. 23 1-13). Los judíos tuvieron malos pastores, ¿y qué hicieron cuando vino el Buen Pastor? Lo crucificaron. El pueblo fue tan malo como sus pastores. ¿Y qué hizo Dios? Envió el evangelio a los gentiles.