HIMNO DEL GUERRERO DIVINO

“¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacía ti, justo, salvador y humilde, viene montado en un asno, en un pollino, cría de asna” (Zac. 9:9, NVI).
Este capítulo también podría llamarse: “Guerra y Paz”. La primera mitad, que vimos ayer, habla de cómo Dios va sometiendo a todos sus enemigos a su gobierno, y la segunda, de su Persona y su reino de paz. Le vemos en marcha triunfal hasta Jerusalén, la capital de su reino, ¿pero quién entra la ciudad, victorioso, manso y humilde? ¡El Señor Jesús!: “Mira, tu rey viene hacía ti, justo, salvador y humilde”. ¡El triunfante y victorioso Rey es el Señor Jesús!, la manifestación visible de Dios.
Es Rey justo y humilde, en contraste con todos los reyes déspotas y orgullosos que ha habido a lo largo de la historia, lo demuestra montado sobre un asno, no un caballo de guerra. Trae salvación, que es lo que el Señor Jesús vino a traer cuando se presentó en Jerusalén montado en burro, en cumplimiento de esta profecía: “Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta: Digan a la hija de Sión: Mira, tu rey viene hacia ti, humilde y montado en un burro, en un burrito, cría de una bestia de carga” (Mateo 21:4, 5, NVI).
Su reino significa el final de la guerra y el comienzo de paz universal: “Destruirá a los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén. Quebrará el arco de combate y proclamará paz a las naciones. Su dominio se extenderá de mar a mar, ¡desde el río Éufrates hasta los confines de la tierra!” (9:10). Esta paz es la palabra hebrea “shalom” que significa bienestar total, es paz con Dios y entre personas y naciones. Las buenas nuevas son el evangelio de paz.
La venida de Jesús fue la llegada de Dios mismo, pero los judíos no lo reconocieron a su Mesías y le crucificaron, vertiendo la sangre del nuevo pacto: “En cuanto a ti, por la sangre de pacto contigo libraré de la cisterna seca a tus cautivos. Vuelven a su fortaleza, cautivos de la esperanza, pues hoy mismo les hago saber que les devolveré el doble” (9:11, 12). Esta es una invitación a volver para los judíos que todavía están en Babilonia, y la promesa de bendición. Se hace extensiva a todos los que están lejos, a que vuelvan a Dios por medio de la sangre del pacto, y Él les restaurará todo lo que el enemigo les ha robado.
Los versículos 14 al 17 repiten la misma historia, pero esta vez con Dios como Rey quien proteja y da la victoria a su pueblo. La victoria que ganó Cristo en la Cruz es tanto pasado, como presente y futuro. Somos los soldados actuales de la Cruz, quienes ganamos nuestras victorias en base a la suya, de la sangre del pacto derramada en el Calvario. Finalmente disfrutaremos una victoria total sobre todos nuestros enemigos, sobre el diablo y sus huestes, y estaremos en el reino de paz y bienestar total de nuestro amado Salvador y Rey, de banquete triunfal: “En aquel día el Señor salvará a su pueblo como a un rebaño, y en la tierra del Señor brillarán como joyas de una corona. ¡Qué bueno y hermoso será todo ello! El trigo dará nuevos brillos a los jóvenes, y el mosto alegrará a la muchachas” (9:16, 17) en el banquete nupcial.