“Vino, pues, a mí palabra de Jehová de los ejércitos, diciendo: Habla a todo el país, y a los sacerdotes, diciendo: Cuando ayunasteis y llorasteis en el quinto y en el séptimo mes estos setenta años, ¿habéis ayunado para mí? Y cuando coméis y bebéis, ¿no coméis y bebéis para vosotros mismos?” (Zac. 7:4-6).
Aquí hay mucha tela, mucho más de lo que pensamos. El texto me vino cuando nuestro grupo de oración había terminado un ayuno como el que hizo Daniel: “En aquellos días yo Daniel estuve afligido por espacio de tres semanas. No comí manjar delicado, ni entró en mi boca carne ni vino, ni me ungí con ungüento, hasta que se cumplieron las tres semanas” (Daniel 10:2, 3).Tuvimos que orar por unos temas importantes y decidimos hacerlo de esta manera. El ayuno en sí fue un tiempo de tremendo aprendizaje para todas, pero ahora nos quedaba un reto aun mayor: ¿Vamos a comer para el Señor, o para nosotras mismas? El ayuno ha terminado; vamos a volver a comer sin estos límites impuestos, ¿pero cuál va a ser nuestra actitud hacia la comida? ¿Vamos al ataque con gula? ¿Vamos a comer todo lo que nos apetezca como si no había Dios, o vamos a comer con control, con moderación, con gratitud, y con prudencia, para Él, en comunión con Él? ¿Vamos a disfrutar de la comida como don de Dios? No es solamente dar gracias a Dios antes de comer, incluye mucho más.
“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosas, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31). ¿Cómo se come para la gloria de Dios? Esto es lo que cada uno de nosotros tiene que plantear. ¿Cómo quiere Dios que yo coma? ¿Quiere que coma todo lo que me quepa en el estómago y luego un poquito más? ¿Quiere que coma de calidad suprema siempre en todas las cosas, lo más caro, lo más exquisito, lo mejor que el dinero puede comprar? ¿Quiere que coma mejor que los demás de mi familia que están sentados en la misma mesa conmigo? ¿Quiere que coma la mitad de lo que está en mi plato y que tire el resto a la basura? ¿Quiere que sea quisquilloso con la comida: “Esto no me gusta; no me pongas esto en el plato; verduras: ¡qué asco!”. ¿Quiere que gaste una gran cantidad de dinero en la comida? ¿Quiere que compre cosas de capricho, como norma general, para mis hijos: coca cola, patatas fritas de bolsa, caramelos, helados, pastelitos, y todo lo que comen sus compañeros de cole? ¿Quiere que coma mal, a deshora, de prisa y corriendo? ¿Quiere que coma muchos fritos, cosas que no alimentan, cosas que engordan, cosas no muy sanas? Estas son cuestiones que cada uno tiene que plantear delante de Dios para saber lo que Él quiere para mí y para mi familia, si soy la cocinera. Muchos de nuestros problemas de salud vienen de la alimentación inadecuada. Esta enseñanza de Pablo conecta la espiritualidad con la comida.
Aquí en Zacarías tenemos un capítulo con muchas implicaciones prácticas que el Señor nos ha abierto con la pregunta que hizo al pueblo de Israel hace tantos años: “Y cuando coméis y bebéis, ¿no coméis y bebéis para vosotros mismos?” Nuestra respuesta tiene que ser: “Señor, quiero comer y beber para tu gloria. Ayúdame a hacer los cambios necesarios. Amén”.