“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad” (Daniel 9:24).
Leyendo la última parte del libro de Daniel nos damos cuenta de que Dios es un Dios de guerra, que le gusta triunfar en el conflicto, que podría acabar en un momento si quisiera con todas las guerras que quedan por venir en la historia humana, pero que no lo hace, sino que las deja en manos de los santos, por un lado, y en manos de los ángeles por otro, para que ellos y nosotros ganemos la batalla en su Nombre. Si interviniese Él mismo de forma directa, se acabarían en un instante. Se ve que lo que le gusta es fortalecer a sus santos y darles la victoria a ellos por medio de su poder.
En estos capítulos vemos que las dos clases de guerra están ocurriendo a la vez, y que el conflicto es real y fuerte. Los ángeles no ganan sus luchas fácilmente, y los seres humanos que caen muertos cuentan por millones. La guerra aquí abajo es un baño de sangre y muchas veces los santos pierden, “pero no sin su Padre” (Mat. 10:29).
El mundo y el aire son zonas de guerra. Dios es un Dios de guerra: “Jehová Dios de los ejércitos es su Nombre” (Amós 4:13). Conquista, triunfo y victoria forman parte de su existencia. Es adorado por sus conquistas, traen gloria a su Nombre. “He aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llama Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos” (Ap. 19:11, 14). En este mundo hay guerra entre las naciones, visible, y guerra espiritual, invisible. El cristiano se encuentra siempre en guerra espiritual, y muchas veces involucrado en las injusticias y sufrimientos que vienen de las guerras políticas. Por un lado: “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino” (Mat. 24:7, y por otro lado: “Fortaleceos en el Señor, porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:10-12). La historia de este mundo es una historia de guerras, y la vida de creyente es la historia de su lucha contra la carne, el mundo, y el diablo. Los que triunfan son los que se salvan (Ap. 2-3). ¡Dios quiere darte la victoria en tu vida!
A la batalla, ¡oh cristiano!
Con el escudo de la cruz.
Sé fiel soldado, pues a tu lado
Está el príncipe Jesús.
Él con su gracia te sostiene
Y con potencia sin igual
Su brazo extiende, y te defiende
En esta lucha contra el mal.
Las guerras descritas en los capítulos 9-12 de Daniel son políticas, pero lo que nos revelan es que Dios está involucrado en ellas y los ángeles también. Está obrando justicia en medio de toda la injusticia. Está juzgando unas naciones por medio de otras. Determina quien gobierna. Dios se revela como Soberano, como Rey, como Autor y Ejecutor de la historia. Describe con detalle lo que sucederá, y la mitad de lo que está profetizado aquí ya es historia. Leyendo estos capítulos, los santos, a lo largo de la historia, en medio de su sufrimiento, siempre han sabido que “Jehová reina”, y no les queda la menor duda de que al final la victoria será suya.