MUESTRAS DE SOBERBIA

“Él puede humillar a los que andan con soberbia” (Daniel 4:37).

Puede ser que la orgullosa sea yo. Me pongo delante de Dios para que Él me muestre si hay soberbia en mí. Evidencias de orgullo:

No necesito a Dios. Yo sola me basto.
Siempre tengo razón.
No necesito ayuda.
No me corrijas. No lo admito.
No me vengas con hechos. Ya tengo mi opinión formada.
Mis padres están muy equivocados. Yo, en cambio, no.
No pienses que tú me vas a enseñar a mí.
¿Someterme a él? ¡Nunca!
Todo lo que tengo es porque yo mismo lo he conseguido.
¡Soy la mejor!
¡Miradme! ¡Aquí estoy delante! ¡Fijaos en mí!
Yo puedo. Soy capaz.
Si el pastor se atreve a corregir mi conducta, ¡me voy de esta iglesia!
No quiero tus consejos. Haré lo que yo quiero.
No necesito más formación. Ya tengo suficiente.
Esto lo hago yo mejor que nadie.
¡Anda que no soy guapa! ¡Mira el cuerpo que tengo!
Todos me dicen lo mismo, pero están equivocados.
No necesito la iglesia. Puedo creer en Dios sin ir a la iglesia.
Veo los defectos de todo el mundo.
Estoy impresionada con mi espiritualidad.
Mis prejuicios son justificados.
No tengo nada de qué arrepentirme.
Yo me defiendo muy bien sin la ayuda de nadie.
Sé más que ellos.
¡Qué nadie se meta conmigo!
¡Que todo el mundo sepa que mi ministerio es todo un éxito!

Lo nuestro suele ser más sutil que estas afirmaciones, pero la esencia es esta. Dios puede humillarme, ¡pero mejor si lo hago yo! Mi petición es: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23, 24). Amén.