“Enviaron, pues las hermanas para decir a Jesús; he aquí el que amas está enfermo” (Juan 11:3).
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Marta lo tenía muy claro: lo más necesario es lo más urgente, así que cuando por fin llega al Señor Jesús a la escena del duelo ya es tarde: Lázaro ya ha muerto. Marta se lo recrimina: “Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Juan 11:21). No comprendió su demora, pero sí tenía fe en que todavía podría resucitar a su hermano: “Mas sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará” (v. 22). ¡Esta es mucha fe! Cuando el Señor dice que hará justo esto, ella retrocede y dice que, claro, en el último día. El Señor intenta abrir su mente. Ella escabulle con otra gran profesión de fe, pero no recibe la promesa que Jesús va a resucitar a su hermano ahora. Al Señor no le capta. No está en su honda. Deja la conversación con Jesús para mandar a su hermana: “Fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro está aquí y te llama”. No estaban juntas las dos hermanas. María estaba en otra parte llorando a solas. No estaban llorando juntas. Esto es muy significativo.
Cuando María encuentra a Jesús su reacción es otra que la de su hermana. No le alecciona a Jesús, ni hace grandes profesiones de fe, sino que se postra delante del Él: “María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Dice lo mismo que su hermana, pero postrada, en actitud de sumisión a lo que Jesús ha hecho y dejado de hacer. Él ha llegado tarde. Ha permitido que si hermano muriese. Se sometió ante tu voluntad. Esta es la postura de María.
“Jesús entonces, al verla llorando… se estremeció en espíritu, y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusieseis?… Jesús lloró” (v. 32-35). María no lloró con Marta, lloró sola. No había una complicidad que lo permitía. Es Jesús quien llora con María. Eran almas compenetradas. Había profunda comunicación emocional entre los dos. Esta es intimidad con Jesús: Él llora con nosotros. “Dijeron entonces los judíos: Mirad como le amaba”. ¿A quién? A Lázaro, sí, pero aquí está llorando con el dolor de María.
Cuando llegaron a la tumba, Jesús mandó quitar la piedra y Marta, ¡la que creía que Jesús podía levantar a su hermano, porque Dios contesta sus oraciones! (v. 22), objetó. Dijo que ya olía. Esta mujer tiene mucho labio, pero a la hora de la verdad, no cree. Le faltaba tiempo a los pies de Jesús. ¡Jesús también sabía que Dios siempre le oye!: “Padre, gracias te doy por haberme oído; yo sabía que siempre me oyes” (v. 41, 42). Jesús sí que había pasado mucho tiempo a los pies de su Padre, y su fe era grande. En el capítulo siguiente vemos a María otra vez a los pies de Jesús (Juan 12:1-8).
Frente a la muerte de su hermano, Marta hace grandes profesiones de fe, María ninguna. Marta no llora. María sí. Marta todavía está en su papel de controladora. María está sometida a la voluntad de Dios. El milagro ocurre en respuesta a las lágrimas de María y la fe de Jesús.