“Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños” (Daniel 1:17).
Daniel parece ser una versión tardía de José, el del abrigo de mucho colores. Los dos tienen mucho en común. Lo más obvio es que los dos tuvieron el don de interpretar sueños, don que parece de poca importancia, pero que fue clave para el ministerio que Dios les había encomendado. Dios da precisamente los dones necesarios para que cumplamos el propósito que Él tiene para nuestras vidas.
Los dos eran jóvenes consagrados a Dios desde la niñez. José era hijo del patriarca Jacob. Daniel era hijo de la familia real o de la nobleza de Israel.
Los dos fueron separados de sus familias aun siendo muy jóvenes en circunstancias crueles y trágicas. José fue traicionado y vendido por sus propios hermanos y llevado como esclavo a un país extranjero, y Daniel fue cogido preso por el ejército babilónico y llevado al extranjero como cautivo.
Los dos fueron llevados al imperio más potente del mundo de su tiempo, José a Egipto, y Daniel a Babilonia, para dar testimonio. Los dos terminaron en el corte del emperador.
Los dos fueron puestos a prueba, y eso por cosas carnales. Jose, por el sexo, cuando la mujer de Potifar quiso acostarse con él, y Daniel por la comida de rey. Y los dos resistieron la prueba debido a su temor a Dios. José rechazó acceder a la insistencia de la mujer con las palabras: “Pues, ¿haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Gen. 39:9). “Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse” (Daniel 1: 8). No quiso contaminarse con festines y comilonas, ni con la cultura y la mentalidad pagana de su día. Se mantuvo puro igual que José.
Los dos fueron llamados a interpretar sueños que Dios había dado al emperador respectivo, José al faraón (Gen. 41), y Daniel al rey Nabucodonosor (Dan. 2). Los dos sueños eran de gran importancia. El de José conservó con vida a los habitantes de muchos países, ¡preservó la línea de Abraham!, y consiguió finalmente que toda la familia de Israel viniese a Egipto donde Dios formó la nación. El sueño fue crucial para Israel y todo el Oriente Medio. El del rey Nabucodonosor tenía que ver con el curso que tomaría la historia del mundo, la sucesión de imperios, el comienzo y la extensión del reino de Cristo, su venida y reino eterno.
Los dos accedieron a la posición de primer ministro en sus reinos respectivos: José: “Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú. Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú” (Gen. 41:39-40). Daniel: “Entonces el rey engrandeció a Daniel, y le hizo gobernador de toda la provincia de Babilonia, y jefe supremo de todos los sabios de Babilonia” (Daniel 2:48). Los dos monarcas llegaron a temer al Dios verdadero. Por medio de la fidelidad de estos dos jóvenes en medio de la tragedia personal, Dios se reveló a imperios potentes y al mundo entero hasta el día de hoy. Los dos fueron perfectos de corazón, con vidas consagradas, intachables y santas, que revelan la hermosura de Cristo y el gobierno de Dios en este mundo.