“Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios; y asiéndole de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes” (Mateo 18:28).
Amar al Señor con todo nuestro corazón (Mat. 22:37) y esperar únicamente en Él (Sal. 73:28) por todo lo que necesitamos es una protección. Si compartimos nuestro corazón con otra persona y esperamos recibir satisfacción de ella, vamos a ser defraudadas y sufrir un doloroso desencanto.
Tomemos al hijo adulto, por ejemplo. Si queremos recibir sus atenciones, que nos dedique tiempo, que se abre y comparta sus sentimientos, que pide nuestros consejos, que sigua nuestro ejemplo, que viva de acuerdo con nuestros deseos, que nos ayude en la viejez, que nos visite con frecuencia, y, sobre todo, que ame y sirva al Señor como le hemos enseñado, y si no lo hace, ¡estamos apañados! Nos invaden sentimientos de frustración, tristeza, desanimo, enfado, amargura, culpa; pensamos que hemos fracasada como madres, y sentimos vergüenza delante de otras madres que tienen hijos en la obra. Hemos esperado recibir lo que nos deben como madres, y nos sentimos decepcionadas y vacías. Hemos perdido nuestro gozo en el Señor, y con ello, nuestra fortaleza. Estamos frustradas con Dios por no haber contestado nuestras oraciones. La relación con el hijo es tensa, y nuestro auto estima está por los suelos. ¿Quién sale ganando con todo esto? Nuestro adversario el diablo. Ha utilizado a nuestro hijo como instrumento para dificultar nuestra relación con Dios y rendirnos débiles para servirle.
Hemos perdido nuestra estabilidad emocional porque hemos puesto a nuestro hijo delante de nuestros ojos en lugar de a Dios. Hemos esperado recibir plenitud, amor constante, satisfacción, valoración, ánimo, aprecio, recompensa, y más cosas de él cuando estas cosas solo pueden venir de parte del Señor (Fil. 4:19).
Si estamos atados al hijo para recibir nuestras necesidades emocionales, no estamos libres. Es cierto que nos debe mucho, pero también nosotros debemos mucho al Señor, y el Señor ha cancelado, ha saldado, la deuda. ¿Cómo salir de esta situación de mucho dolor? Perdonando la deuda: “Entonces, llamándole su señor le dijo: toda aquella deuda te perdoné. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” (Mat 18:32,33). “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mat. 6:12). Perdonar es decir que no nos debe nada, que no voy a vivir pendiente de cobrar lo que me debe. No espero nada de él, solo del Señor. En Él he puesto toda mi esperanza y Él no defrauda.
“¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. He puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras” (Salmo 73:25, 28). He dejado a mi hijo con el Señor para que Él cobre lo que le debe. A mí no me debe nada. Y yo vivo feliz y esperanzada llenándome únicamente del Señor.