LA RELACIÓN DEL PROFETA CON DIOS

“Y me dijo: Hijo de hombre, ¿no ves lo que éstos hacen, las grandes abominaciones que la casa de Israel hace aquí para alejarme de mi santuario? Pero vuélvete aún, y verás abominaciones mayores” (Ez. 8:6).

Es muy difícil hablar de cosas tan íntimas como la relación que sostuvo Ezequiel con Dios, pero podemos percibir algunas cosas a lo largo del libro. Ezequiel siempre era un hombre con mucho temor a Dios. Su trato con el Señor fue de suma reverencia. Conocía el poder de su ira, pues estaba en el exilio por el pecado de su pueblo. Entendía su justicia. Su llamada a la obra consistía en una visión abrumadora de la gloria de Dios. Dios se reveló a Ezequiel como lo ha hecho a pocas personas. Moisés quería ver la gloria de Dios, pero no tuvo una visión tan poderosa como la que tuvo Ezequiel. También le reveló la restauración futura que espera su pueblo por pura gracia, por amor a Su Nombre. Y le dio una visión del final de todas las cosas centrada en Dios, dando paz y armonía a toda su creación. Pues, su visión de Dios era bastante completa, tanto de su ira y su justicia, como de su gracia y de su perdón.

Habiéndose revelado al profeta de forma tan completa, ¿cómo se relacionaba Dios con él? Lo que vemos es que el diálogo entre los dos consiste mayormente en que Dios habla y el profeta escucha para luego transmitir su mensaje al pueblo. ¡En todo el libro Ezequiel apenas habla unas tres veces! Vivía en tiempos de una intervención tremenda de Dios de juicio fulminante sobre el pecado, acarreando la muerte de miles de israelitas, y de la destrucción del Templo y de la cuidad. Se ve que Dios quería que un ser humano le comprendiese y que comunicase fielmente su palabra. ¿Cómo puede un hombre finito comprender los sentimientos de Dios? Solo es un hombre. Puede ser por eso por lo que Dios le llama “Hijo de hombre”, porque reconoce que solo es un ser humano frente a la complejidad de la divinidad, pero quiere que este ser humano le conozca. Es interesante que “Hijo del hombre” sea el Nombre que Jesús tomó para sí mismo, en identificación con el profeta. Como hombre iba a vivir los sentimientos de Dios y transmitir su palabra.

Dios expresa su horror frente al pecado. Hay que comprender la magnitud del pecado para comprender la grandeza de la gracia de Dios. Dios le muestra el pecado dentro de Su Templo, de parte de los sacerdotes y ancianos, de los que tenían la responsabilidad de liderar al pueblo: “Me dijo: Hijo de hombre, cava ahora en la pared. Y cavé en la pared, y he aquí, una puerta. Y me dijo luego: Entra, y ve las malvadas abominaciones que éstos hacen allí” (v. 8, 9). Quiere que Ezequiel se horrorice con Él. El profeta lo ve, lo asimila, y no dice nada. Solo está allí. Al lado de Dios. De su parte. Esto es lo que Dios quiere, comunión con un ser humano, con un hijo de hombre.

Dios quiere un hombre que valore su presencia, su Persona. Le revela su gloriosa presencia al principio del libro, le da la visión de cómo abandona el Templo, luego de cómo vuelve su gloria a llenar el Templo, y finalmente de cómo su presencia llenará toda la tierra restaurada a la perfección, y el libro termina con ella: pues el nombre de la Ciudad eterna es: “El Señor está allí” (48:35). Para Ezequiel esto es el significado del Cielo y de la vida eterna, conocerle a Él, el único Dios verdadero, y a Su Hijo, cuya gloria vio junto al río Quebar. En esto ha estado toda la vida, y a esto se dedicará eternamente, a ir conociéndole. Dios encontró en Ezequiel a un hijo de hombre que le escuchase, le conociese, le comprendiese, le adorase y amase su presencia.