“Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada, anduvieron de acá para allí cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno” (Heb. 11: 36-38).
Nuestra valoración de los profetas ha subido un 100% estudiando sus vidas. Nos identificamos con ellos. Ya no son unos hombres raros y excéntricos del pasado lejano, pero santos de Dios, personas reales que tuvieron que contener en cuerpos mortales revelaciones de la grandeza y la gloria de Dios que no cabían dentro de ellos. Eran hombres increíbles. Escribieron lo que no entendían. Sufrieron el rechazo del pueblo oficial de Dios. Tuvieron enfrentamientos desagradables con los profetas falsos cuyo mensaje era lo que el pueblo quería escuchar. Los verdaderos fueron malentendidos, calumniados, perseguidos, encarcelados, apedreados y llevados a la muerte.
Por medio de sus escritos, Dios se revela. De ellos el apóstol Pedro escribe: “Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura surge por iniciativa propia, porque la profecía nunca fue traída por voluntad humana, sino que los hombres hablaron de parte de Dios siendo guiados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 3:20, 21). Aunque algunos pueden pensar que los profetas oyeron la voz audible de Dios y escribieron las palabras que el Espíritu Santo les iba dictando, este texto da a entender que ellos recibían revelaciones, visiones, sueños y palabras de Dios que el Espíritu Santo los iba guiando a plasmar por escrito para que lo que escribieron fuese un reflejo perfecto de la mente de Dios. De esta manera colaboraron con Dios, pasando conceptos divinos por mentes humanos con el resultado de que lo que tenemos en nuestras manos es la Palabra infalible e inerrante de Dios.
Los profetas fueron de una importancia enorme, porque por medio de sus escritos tenemos la evidencia para comprobar que Jesús de Nazaret realmente fue el cumplimiento de lo esperado. Por ejemplo, por medio de Isaías tenemos la revelación del Mesías como el siervo sufriente de Dios que vino en nombre del Padre para hacer Su voluntad y fue rechazado y llevado a la muerte. ¡Contiene una descripción tan exacta de su muerte (Is. 53) que parece haber sido escrito después!
También hay otra serie de profecías del reino glorioso de Cristo (su segunda venida) que confundieron a los judíos, aun los más piadosos. La mayoría esperaban un líder militar, como un segundo David, que derrocaría a los romanos y establecería a Israel como cabeza de las naciones. Un ejemplo de sorpresa frente a la idea que Jesús podría ser el Mesías fue es la reacción de Natanael cuando Felipe le dijo: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: A Jesús, el hijo de José, de Nazaret”. Natanael dijo: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Juan 1:45, 46). Era fácil malentender las Escrituras y rechazar al humilde carpintero de Nazaret como un farsante. Solo los que tenían un corazón abierto a la Verdad le reconocieron como el Mesías prometido, pero una vez reconocido, tuvieron muchas Escrituras de los profetas para confirmar que Jesús realmente fue “el que había de venir”. Gracias a Dios por estos hermanos nuestros los profetas que pasaron tanto para que nosotros pudiésemos reconocer en Jesús el cumplimiento de las Escrituras.