“Sí, la angustias de antaño habrán sido olvidadas; ocultas quedarán en verdad a mis ojos, porque he aquí, Yo creo nuevos cielos y nueva tierra, de lo primero no habrá memoria, ni vendrán más al pensamiento. Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo habré creado. ¡He aquí, transformo a Jerusalem en alegría, y a su pueblo en gozo!” (Is. 65:16-18).
Este es otro himno antiguo que celebra el gozo que será nuestra cuando estemos con el Señor:
Jerusalén la dorada, con leche y miel bendecida, al contemplar tu gloria cantan el corazón y la voz oprimida; no sé, oh, no puedo saber qué goces nos esperan allí, qué esplendor de gloria, qué éxtasis sin comparación.
Las mansiones de Sión están jubilosas con cánticos, y luminosas con ángeles y con toda la compañía de mártires; el Príncipe se halla siempre en ellas, la luz de su día es serena; los prados de los benditos están revestidos de glorioso resplandor.
Allí está el trono de David, y allí, libre de cuitas, suena el grito triunfante de los vencedores, y la canción de los invitados al banquete, ellos que, bajo su Capitán, han conquistado en la lucha, para siempre y siempre vestidos de ropas blancas.
¡O dulce y bendito país, hogar de los elegidos de Dios! ¡O dulce y bendito país, la esperanza de corazones ilusionados! Jesús, en tu misericordia, llévanos a aquella tierra de descanso, Tú que eres, con Dios el Padre y el Espíritu, para siempre bendito. Amén.
Bernardo de Cluny, siglo XII
Tr. John Mason Neale, 1818-66
Maravillado de la fe del centurión romano, el Señor Jesús habló del banquete que espera a los verdaderos hijos de Abraham, a los que son de la fe de Abraham: “Al oírlo, Jesús se maravilló y dijo a los que lo seguían: De cierto os digo, en nadie de Israel he hallado tanto fe. Y os digo que mucho vendrán del oriente y del occidente y reclinarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mat. 8:10, 11). Este es el banquete que nos espera a los que amamos al Señor.
Por medio de la fe vencemos y heredamos las promesas:
“Al que venza, le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Ap. 2:7).
“El que así venza se vestirá con vestiduras blancas, y no borraré jamás su nombre del libro del la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus santos ángeles” (Ap. 3:5).
“Al que venza, lo haré columna en el Santuario de mi Dios, y nunca más saldrá fuera, y escribiré sobre él el Nombre de mi Dios: la nueva Jerusalem, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi Nombre nuevo” (Ap. 3:12).
Lo que nos espera es un banquete, una mansión, una ciudad, una patria, el paraíso, hay muchas metáforas, pero la realidad excede a todas ellas.