“En el año vigésimo quinto de nuestro cautiverio… catorce años después que la ciudad había sido conquistada, vino sobre mí la mano de Yahvé, y me llevó en visiones divinas a la tierra de Israel…” (Ez. 40:1, 2).
Vamos a continuar con la historia de la reconstrucción del Templo perfecto que Ezequiel vio en visión simbólico, pues la historia de la edificación de la Casa de Dios es el hilo conductor que recorre la Biblia entera, unificándola. Empieza en el Tabernáculo en Éxodo, y concluye en Apocalipsis. En el capítulo que nos interesa, los que volvieron del exilio babilónico para encargarse de la reedificación del Templo fueron Zorobabel, el gobernador, el siguiente heredero del trono de David (Mat. 1:12), y Jesúa, el Sumo Sacerdote. Los persas, a diferencia de los babilonios, creían en el pluralismo. Ciro mandó a todos los pueblos conquistados por Babilonia a volver a reedificar sus templos, no solo a los judíos. Escogieron a Zorobabel a encabezar la reconstrucción del Templo en Jerusalén. En su difícil tarea, Dios le mandó una palabra de ánimo por medio del profeta Zacarías: “Esto es la palabra de Yahvé para Zorobabel: No con ejército, no con fuerza, sino con mi Espíritu, dice Yahvé Sebaot. ¿Quién eres tú, oh gran monte? ¡Ante Zorobabel serás aplanado!” (Zac. 4:6, 7). La construcción de la Iglesia siempre ha sido la obra del Espíritu Santo, no se realiza por medio de la fuerza militar o el politiqueo. Si dependemos del Espíritu Santo, los obstáculos del camino se irán desapareciendo; Él irá allanando el Camino. El Espíritu Santo es quien edifica el Templo. Jesús edifica el Templo. El pueblo de Dios edifica el Templo. Veamos.
Los judíos que volvieron a Israel tardaron dos años en establecerse. Tuvieron que buscar sus casas y sacar a la gente que las ocupaban. Ocupaban la tierra aquellos que más tarde fueron llamados “samaritanos”. El decreto de Ciro les dio la necesaria autoridad a los judíos para reclamar lo suyo. Alrededor del año 538 empezaron las obras del Templo. Tardaron dos años en desescombrar la zona del templo, mover las enormes piedras tiradas por los babilonios, llegar a la roca, anivelarlo todo, y poner los fundamentos. Lograr esto fue causa de una gran fiesta. Pero el gozo duró poco. Los samaritanos sobornaron a los políticos corruptos y consiguieron que la obra se parase por 16 años, durante los años (536-520). Los judíos habían pasado décadas sin ninguna palabra de profecía. Parecía que Dios les había abandonado, cuando, de repente, en el año 520, se abrió el grifo profético y fluyeron profecías por medio de Zacarías y Hageo al efecto que tenían que volver al trabajo de reedificar, y eso, sin los permisos legales. Zorobabel ya era un hombre mayor. Parecía que no viviría para ver el Templo completado, pero Dios le sorprende: “Las manos de Zorobabel han puesto los cimientos de esta Casa, y sus manos la concluirán. Entonces conocerás que Yahvé Sabaot me envió a vosotros. Porque ¿quién es el que desprecia el día de modestos comienzos? Se alegrarán y verán la plomada en mano de Zorobabel” (Zac. 4:9,10).
¡Dios tiene el costumbre de completar la obra que empezó!, tanto en nosotros como por medio nuestro. Y nos capacita por medio de su Espíritu para realizarla: “Yahvé cumplirá su propósito en mí. ¡Oh Yahvé, tu misericordia es para siempre, No desampares la obra de tus manos!” (Salmo 138:8). “El que comenzó en vosotros la buena obra, la seguirá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Fil 1:6). Zorobabel vivirá para ver acabada la obra que Dios le llamó a realizar.