EL EVANGELIO SEGÚN EZEQUIEL

“Profanaron mi santo Nombre, y Yo santificaré mi gran Nombre” (Ez. 36:20, 23).

El Evangelio siempre ha sido el evangelio de la gracia de Dios. Empieza con Él y termina con Él. Él es el que toma la iniciativa y la lleva a cabo. Su motivación es por amor a su Nombre, es Él Mismo, es su santidad. No hay motivación más alta. Dios es “Él que es”, y hace todo de acuerdo con su naturaleza perfecta. No hay ninguna virtud por encima de Él; Él las incorpora todas en su naturaleza.

Dios nos ha dado su ley que es vida para nosotros. Es nuestra protección, guía, y orientación a una vida saludable, sensata y justa, para que vivamos en paz con él y los unos con los otros, para que cuidemos de los pobres, viudas, huérfanos, y minusválidos, de los recursos naturales, y para que disfrutemos de su creación. Nos hemos rebelado contra Dios: hemos puesto nuestro corazón en otras cosas que Él llama ídolos que nos han servido de sustituto de Dios. Hemos pasado por alto su ley, y nos hemos corrompido y contaminado con prácticas que Él considera abominables: violencia en el hogar, rebeldía de los hijos, deslealtad conyugal, adulterios, promiscuidad, abortos, robos, leyes injustas, políticos corruptos, pastores inmorales, educadores sin ética que corrompen a los niños, injusticia laboral, y falta de respeto para toda clase de autoridad, culminando en una vida egoísta, interesada e individualista centrada en la buscada de placer personal, sin Dios. (Ez. 22; Ez. 36:17-21).

Hemos incurrido en la ira de Dios, su juicio, y el resultado es la muerte. A todo esto Dios dice: “¡Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu renovado! ¿Por qué habréis de morir, oh casa de Israel? Porque yo no quiero la muerte del que muere, dice Dios. Por tanto, ¡convertíos y viviréis!” (Ez. 18:31, 32).

Como somos impotentes para conseguirnos una nueva naturaleza, Dios, motivado por amor a Sí mismo, por pura gracia, actúa: “Yo me compadecí a causa de mi santo Nombre, el cual profanaron los de la casa de Israel… Así dice Dios, No por vosotros hago esto, sino por causa de mi santo Nombre. Yo os tomaré de entre las naciones, y os recogeré y os traeré a vuestra propia tierra [a los gentiles nos incorpora en la familia de Israel]. Y rociaré agua limpia sobre vosotros, y seréis limpios de todas vuestras inmundicias, y os limpiaré de todos vuestros ídolos” (36:25). Aquí tenemos la oferta del perdón de pecados, por pura gracia. La obra de Cristo en la Cruz la tenemos profetizada en Isaías.

Dios nos limpia de nuestro pecado y nos da un nuevo corazón: “Os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros, quitaré el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (36:26 y 11:19). Esta es la obra de regeneración, que es sellada con el Espíritu Santo: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (36:27). El resultado del perdón de pecado y la regeneración es un corazón que desea obedecer la Palabra de Dios, y el poder para hacerlo mediante la implantación del Espíritu Santo. La Biblia desconoce la idea del perdón de pecado para poder seguir pecando y todavía ser salvo. El resultado de la conversión es siempre una nueva vida que la evidencia.