APLICANDO EL LIBRO DE EZEQUIEL A NUESTRAS VIDAS (1)

“Así dice Adonay Yahvé: No se tardará más ninguna palabra mía, sino que la palabra que Yo hable, se cumplirá, dice Adonay Yahvé” (Ez. 12:28).

Todo el libro de Ezequiel se cumple y se cumplirá en Israel, en Cristo, en la Iglesia, en la eternidad y en nuestras vidas. El Señor quiere que encarnemos la revelación de Dios que tenemos aquí en este libro, y que el Dios que se da a conocer por la pluma de Ezequiel sea nuestro Dios: un Dios de santidad, de exigencias, de justicia, de ira, de retribución, de castigo, de juicio, de perdón, de misericordia, de gracia, de restauración y de bendición en abundancia.

El empeño de Dios es que le conozcamos. Más de 40 veces en el libro de Ezequiel sale la frase que dice que, cuando ocurra esto o aquello que Dios había dicho, “entonces conocerán que Yo soy el Señor” (12:15, 16, 20, etc., etc.). Dios se revela en todo lo que ocurre para que en ello se vea su mano y le vaya conociendo un poco más. Cuando Dios haya cumplido lo que ha prometido en tu vida y en la mía, sabremos que Él es Dios, que su Palabra es fiel, que Él hace lo impensable, y que es soberano.

Dios había puesto a Israel para ser luz a las naciones, para que el mundo pudiese conocerle por medio de Israel, pero Israel dio una imagen muy equivocada de Dios. Dios lo tuvo que corregir por medio de una disciplina severa de su pueblo, seguido por la restauración, y el resultado final fue que las naciones comprendieron cómo es el Dios de Israel. Lo mismo en nuestras vidas. Si no es por medio de nuestra obediencia, entonces por medio de nuestros desaciertos y la disciplina correspondiente Dios se da a conocer a los que nos rodean por medio nuestro.
La santidad de Dios es un concepto principal de este libro. Empieza con una revelación de Su gloria, la gloria se va a causa del pecado, y vuelve después de la disciplina del exilio. El libro termina con Dios viviendo en medio de un pueblo santo. Nuestra comunión con el Señor depende de nuestra santidad. Cuando pecamos, la perdemos, y es restaurada cuando confesamos nuestro pecado y rectificamos.

En el corazón del libro, cuando Dios promete la restauración de su pueblo, no es porque Israel haya hecho nada bueno; ni siquiera se han arrepentido, solo han sufrido las consecuencias de su mal y están languideciendo en Babilonia, Dios se mueve, y esto, independientemente de ellos. Lo hace por amor a su Nombre. No es por compasión, ni por misericordia, ni siquiera por amor a ellos, es por amor a su Nombre. Su Nombre es santo. Es glorioso. No hay motivación más alto posible. Dios obra por causa de su propia santidad y en ello revela su gloria. Así es cómo se da a conocer.

El plan de salvación que se da a conocer en el libro de Ezequiel es completo. Dios no salva a su pueblo para que siga siendo malo, pero todavía disfrute de sus bendiciones. Cuando Dios restaura la cautividad de su pueblo, el pueblo se arrepiente y se aborrece por todo el mal que ha hecho. Siente una profunda vergüenza por su conducta y reconoce que Dios fue justo al castigarlos por medio de Babilonia. Pero no se quedan iguales: Dios les perdona, les quita el corazón de piedra, les da un corazón de carne y pone su Espíritu en ellos ¡para que le obedezcan! Lo mismo con nosotros. Una salvación que no conlleva a una vida de santidad no es salvación. La santidad siempre es el resultado maravilloso de la salvación de Dios. ¡Alabado sea Él por lograrlo!