“Vivan como hijos obedientes de Dios. No vuelvan atrás, a su vieja manera de vivir, con el fin de satisfacer sus propios deseos. Antes lo hacían por ignorancia, pero ahora sean santos en todo lo que hagan, tal como Dios, quien los eligió, es santo. Pues las Escrituras dicen: Sean santos, porque yo soy santo” (Ver 1 Pedro 1: 13-16, NTV).
La no santidad es la vieja vida, la que vivíamos antes de conocer al Señor. El no vivir santamente es seguir los deseos malos que tuvimos en nuestra ignorancia cuando vivíamos llevados por nuestros impulsos carnales. Si teníamos ganas de hacer algo, lo hacíamos, si nos apetecía comer, comíamos, si teníamos ganas de hablar, hablábamos, y sin control alguno. Queríamos salirnos con la nuestra, defendernos, vengarnos y satisfacer nuestros deseos sexuales, sin importarnos nada. Esta es la vida carnal, es la naturaleza vieja, es hacer lo que nos da la real gana, buscando lo nuestro. Es una vida egoísta, interesada, conflictiva, desordenada e indisciplinada, de acuerdo con nuestras pasiones y malos deseos. Esta vida, evidentemente, no agrada a Dios. No es la vida de un creyente. Así es cómo vivíamos todos antes de convertirnos.
El apóstol dice: “No vuelvan atrás, a su vieja manera de vivir, con el fin de satisfacer sus propios deseos”. ¿Hemos vuelto atrás, o estamos viviendo la nueva vida? Cuando más se nota es cuando surge un conflicto. ¿Sale nuestra carnalidad? ¿Qué hacemos? Provocamos a la otra persona. No escuchamos su punto de vista. Interrumpimos, insultamos, mentimos, exageramos, ponemos palabras en su boca que no ha dicho, le acusamos falsamente, le decimos lo que más daño le puede hacer. Perdemos el control, gritamos, nos enfadamos y decimos disparates. ¿Esto es un cristiano? ¿Qué dice la Biblia? “Permitir que la naturaleza pecaminosa les controle la mente lleva a muerte. Pero permitir que el Espíritu les controle la mente lleva a la vida y a la paz. Pues la naturaleza pecaminosa es enemiga de Dios siempre. Nunca obedeció las leyes de Dios y jamás lo hará. Por eso, los que todavía viven bajo el dominio de la naturaleza pecaminosa nunca pueden agradar a Dios” (Romanos 8:5-8). Este es el inconverso, la persona que no conoce al Señor, y así vive.
El creyente, en cambio, es diferente: “Pero ustedes no están dominados por su naturaleza pecaminosa. Son controlados por el Espíritu, si el Espíritu de Dios vive en ustedes.” (v. 9). El creyente no está llevado por sus instintos básicos. No es conflictivo. No practica el sexo fuera del matrimonio. No insiste en su voluntad siempre. Se ve si una persona es creyente por su conducta. El creyente no está controlado por su naturaleza pecaminosa, sino por el Espíritu. Si no, aunque lleve muchos años en la iglesia, conozca bien la Biblia, predique, o sea pastor, ¡no es creyente! “Los que no tienen al Espíritu de Cristo en ellos, de ninguna manera pertenecen a él. Amados hermanos, no están obligados a hacer lo que su naturaleza pecaminosa los incita a hacer; pues, si viven obedeciéndola, morirán; pero si mediante el poder del Espíritu hacen morir las acciones de la naturaleza pecaminosa, vivirán” (v. 9, 12, 13).
El apóstol Pablo advierte a los que siguen “los deseos de la naturaleza pecaminosa, (pues) los resultados son más que claros: inmoralidad sexual, pasiones sensuales, hostilidad, peleas, celos, arrebatos de furia, ambición egoísta, discordias, divisiones, envidia, fiestas desenfrenadas… cualquiera que lleve esa clase de vida no heredará el reino de Dios” (Gal. 5:19-21). Vivir en la carne es evidencia de no conocer al Señor. “Seguid la santidad, sino la cual nadie verá al Señor” (Heb. 12:14).