GRADOS DE INTIMIDAD CON DIOS

“Y me dijo Yahvé: Hijo de hombre, considera bien, mira con tus ojos y oye con tus oídos todo lo que Yo hablo contigo sobre todas las ordenanzas de la Casa de Yahvé” (Ez. 44:5).

En este capítulo ya hemos visto que está bien delimitado el ministerio que unos y otros pueden tener en la casa de Dios. Lo que se deduce es que esto depende de la obediencia, santidad, pureza y condición del corazón de la persona que quiere acercarse a Dios para servirle, o bien directamente a Él, o a su pueblo. Algunos están tajantemente prohibidos a acercarse a Dios: “Ningún extranjero, incircunciso de corazón e incircunciso de carne entrará en mi Santuario” (v. 9). Dios no tiene prejuicios contra extranjeros; acepta a los prosélitos. Los que han salido del paganismo para poner su fe en el Dios de Israel, y lo han mostrado por medio de la circuncisión son aceptados. Un inconverso no puede servir al Señor, ni acepta el Señor su adoración.

“En cuanto a los levitas que se apartaron de Mí cuando Israel se alejó de Mí yéndose en pos de sus ídolos, cargarán con su iniquidad, pero servirán en mi Santuario como porteros a la puertas de la Casa, ministrando en ella, sacrificarán los holocaustos, y las víctimas para el pueblo, y estarán delante de él para servirle”, pero “no se acercarán a Mí para serme sacerdotes, ni se acercarán a ninguna de mis cosas santas o santísimas. Los establezco como guardas encargados de la custodia de la Casa, para todo el servicio de ella” (vs. 10-14). No es que Dios guarde rencor, es que quiere enseñar a su pueblo que el pecado limita la cercanía a Su Persona. Cuanto más santidad en nuestra vida, más podemos ministrar al Señor mismo.
Tal es el caso con los levitas de la casa de Sadoc “que guardaron el ordenamiento del Santuario cuando los hijos de Israel se apartaron de Mí, ellos son los que se aproximarán a Mí para servirme y estarán delante de Mí para ofrecerme la grosura y la sangre, dice Adonay Yahvé” (v. 15, 16). ¡Qué envidia nos dan! Poder estar cerca del Señor y ministrarle es un honor, un privilegio y un placer tan grande que todo lo que hay en nosotros lo anhela.

Nuestra pregunta, entonces, es: ¿cómo puedo crecer en santidad? ¿Cuáles son las cosas que ofenden a Dios que debo eliminar de mi vida? Algunos preguntan: ¿Cuánto puedo pecar y todavía ser salvo? Lejos de esto, el deseo que cada creyente que ama al Señor es estar lo más cerca de Él posible. Su pregunta es cómo lograrlo. El Señor Jesús tenía un grupo grande de seguidores que consistía en centenares. Dentro de este grupo había los Doce, los que le acompañaban siempre. Entre ellos había los tres, los que subieron al Monte de la Transfiguración con Él, y dentro de los tres había uno, “al cual Jesús amaba, que estaba recostado al lado de Jesús” (Juan 13:23), “cerca del pecho de Jesús” (Juan 13:25), en la última cena que compartieron juntos antes de la muerte del Señor. Éste es el que tuvo la entrada con Cristo para preguntarle acerca de lo qué le apenaba a Jesús, y el Señor compartió Su dolor con él (v. 25, 26).

Este capítulo 44 de Ezequiel, entonces, despierta el deseo en nosotros de buscar intimidad con el Señor, de estar lo más cerca posible, de preguntarle lo que hay sobre Su corazón, y de ministrarle en este mundo en todas las cosas que a Él le producen tristeza, la mayor de ellas siendo la traición del hombre. Allí es donde entra la predicación del Evangelio, por amor a Jesús.