EL TEMPLO DE DIOS Y EL PUEBLO DE DIOS EN EL N. T. 

“Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:5).

El autor de la carta a los Hebreos explica que los símbolos del Templo, el altar y sus sacrificios se cumplieron en Cristo. No da una interpretación literal, ni al pueblo de Dios, ni a la Ciudad de Dios. De hecho, dice que aquí no tenemos “una ciudad permanente” (Heb. 13:14). Jesús mismo dijo que Él es el cumplimiento del Templo (Mt. 21:12; Jn. 2:19-22). No obstante, algunas interpretaciones cristianas insisten en que tiene que haber un cumplimiento literal. Esperan la reconstrucción del templo. Aunque los judíos lo construyesen de nuevo, no servirían para nada los sacrificios de animales, porque Dios ya no perdona los pecados por este medio. Incluso, si hubiese templo, no pueden cambiar la geografía de Jerusalén para hacer que un río saliese de él hasta llegar al Mar Muerto (Ez. 47). Jesús es el Templo de Dios, la presencia de Dios, el único Sacrificio valido que realmente perdona el pecado, su pueblo es el pueblo de Dios, y la Cuidad de Dios aun tiene que descender del Cielo de Dios.

El nuevo pueblo de Dios está formado por judíos y gentiles. Es la Casa de Dios, que en el uso veterotestamentario de esta palabra, “casa”, significa tanto templo de Dios como familia de Dios. Según el apóstol Pablo los cristianos somos familia de Dios, casa de Dios, y morada de Dios (Ef. 2:19-22). Según el apóstol Pedro somos piedras vivas del nuevo templo en Cristo y sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pedro 2:4-5), y como tales hemos de vivir en santidad (1 Pedro 2:11). Nuestro cuerpo es el templo de Dios, morada de la gloria de Dios (1 Cor. 6:19-20), de modo que los autores del Nuevo Testamento (el autor de Hebreos, Pedro, Pablo y Juan) aplican la visión del nuevo templo de Ezequiel al la nueva comunidad de Creyentes en Cristo.

El apóstol Juan usa la visión de Ezequiel para describir la Nueva Jerusalén (Ap. 21:1-4). No vio “ningún templo en la ciudad, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo” (Ap. 21:22). Ya no hay ni tristeza, ni sufrimiento, ni pecado. Juan habla de la pureza moral de la morada de Dios entre su pueblo diciendo: “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira” (Ap. 21:27). Dios es la luz de esta ciudad, y el Cordero su lumbrera, “y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella”, todos los que “están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Ap. 21:23-27). Y lo más maravilloso es que al final se cumple el sueño de Dios, lo que ha deseado desde la Creación, a saber, vivir en medio de su pueblo, rodeado por sus amados hijos, redimidos por la sangre de su Hijo y hechos santos por la obra del Espíritu Santo: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo está con ellos como su Dios” (Ap. 21:3 y Ez. 37:27). Este es el cumplimiento perfecto de la visión de Ezequiel. ¿Hay algo mejor?