“Pero los sacerdotes levitas hijos de Sadoc, que guardaron el ordenamiento de Santuario cuando los hijos de Israel se apartaron de Mí, ellos son los que se aproximarán a Mí… ellos entraran en mi Santuario” (Ez. 44: 15, 16).
Los sacerdotes de la casa de Sadoc tenían un lugar especial en el Templo, tenían el enorme privilegio del ministrar directamente a Dios, al Señor mismo. Tantas veces, y mayormente, trabajamos para el Señor dirigiéndonos a la gente. Enseñamos en la escuela dominical, predicamos, escribimos el boletín, visitamos a los enfermos, y todo esto es excelente. Dentro de toda la gama de ministerios que hay, lo más apartado para Dios es el ministerio de la oración. Nadie te ve, nadie te aplaude y no recibes ningún reconocimiento humano, pero tienes el gozo de saber que Dios te ha apartado para Sí mismo, para estar delante de Él y ministrar a su Persona. Es el ministerio dentro del Lugar Santísimo tan famoso en Israel, cuando el Sumo Sacerdote entraba dentro de este lugar sagrado, con sangre, una vez al año, en el día de la Expiación (Lev. 16), para interceder por su pueblo. Nosotros entramos en la presencia de Dios, en el Tabernáculo eterno hecho sin manos en los Cielos, con Sangre, para ofrecer sacrificios de alabaza e interceder por el pueblo de Dios.
Si Dios te ha llamado a este ministerio, es un llamamiento muy alto. No pienses que la oración es un ministerio para ancianitas que no tienen otra cosa que hacer. No lo desprecies como algo súper-espiritual, impráctico, como si fueras una monja de clausura o un monje encerrado en un monasterio, lejos del ruido mundanal. Es un lugar libre y espacioso como el cielo mismo. Todo el mundo es tu parroquia. Puedes orar por la obra en la India, en los suburbios llenos de miseria, o por la iglesia perseguida en el oriente lejano, todo sin salir de tu casa o iglesia, pero estás allí con los obreros del Señor, haciendo posible su labor.
Es un ministerio muy directo. Requiere haber adquirido intimidad con Dios y un corazón de compasión para la gente. Requiere conocimiento de las Escrituras, fe en las promesas de Dios, osadía para hablar con claridad delante del Señor del universo y pedir lo que sabes que es su voluntad y exigirlo con temor y reverencia con la intención de recibirlo. Requiere un oído abierto a la voz del Espíritu, profunda humildad, y mucho amor, amor por la gente por la que intercedemos, y amor para el Señor, un vivo celo para la gloria de su Nombre.
Vamos a estar pidiendo por personas que son mucho mejores que nosotros, que han dejado todo para servir al Señor en condiciones infrahumanos. Vamos a estar pidiendo por otros que están estorbando la obra de Dios con su impiedad. Oraremos por lo imposible, por personas desahuciadas, o endurecidas, o engañadas, por personas desvalidas, heridas, atrapadas en vicios, y por otras nunca alcanzadas con el amor de Dios y el mensaje de esperanza. Si Dios te ha llamado a este ministerio, tienes una puerta abierta, el velo rasgado por la muerte de Cristo, para acceder al Trono de Dios donde no hay nada difícil para Él y todo es posible para el que cree.
Todos hemos de orar, pero hay un ministerio de intercesión que es para unos cuantos. Reflexionando sobre Ez. 44, preguntamos: ¿Dios te ha llamado más al ministerio de la oración, al estudio de la Palabra y la enseñanza, o al servicio de los demás en otras maneras de tipo “práctico”? ¿Te sientes llamado a entregarte a orar?