EL CENTRO DE LA GLORIA DE DIOS

“Y he aquí la gloria del Dios de Israel que venía del oriente, y su voz era como el sonido de muchas aguas, y la tierra resplandecía a causa de su gloria… Entonces me postré sobre mi rostro” (Ez. 43:2, 3).

Nos conmueve profundamente considerar la gloria de Dios. El libro de Ezequiel empieza con una visión indescriptible de su gloria (Ez. 1:1-28), luego relata cómo ella abandonó el Templo por el Pecado de Israel (Ez. 10, 11). Dios ha estado lejos muchos años y su Casa vacía. Ahora la gloria vuelve e, inmediatamente después, Dios habla del Altar (43:13-17). Luego le enseña la gloria otra vez: “Y miré y he aquí, la gloria de Yahvé había llenado la Casa de Yahvé, y me postré sobre mi rostro” (44:4). Gloria, la Cruz, Gloria. ¿Te das cuenta? En el centro de la gloria de Dios está la Cruz de Cristo. Su gloria se centra en le Cruz. Su gloria emana de la Cruz.

La Cruz es el centro del universo (Col. 1:19, 20). Toda creación gira alrededor de ella. En ella se revela el amor, la misericordia, la humildad, la abnegación, el abandono, la perfección, la sabiduría, la bondad, la ira, la justicia y el perfecto plan de reconciliación de Dios, el plan que ideó antes de la creación del mundo. Por medio de ella, todas las perfecciones de su carácter llegan a ser evidentes.

En el centro de la visión de la gloria de Dios que comienza el libro de Ezequiel, vemos un Trono: “Y sobre el firmamento que estaba encima de sus cabezas había como la apariencia de una piedra de zafiro, a semejanza de un trono; y sobre la semejanza del trono, una semejanza como la apariencia de un hombre por encima de él” (Ez. 1:26). El Hombre sentado en el Trono en el centro de la Gloria del Dios Soberano es el Cordero inmolado: “Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, y que decían a gran voz; El cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza, y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro anciano se postraron sobre sus rostros” (Ap. 5: 6-14).

La gloria de Cristo es la Cruz. La Cruz revela la gloria de Cristo. ¿Cómo se verá la gloria de Dios en tu vida? Por la Cruz, por tu crucifixión con Cristo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino vive Cristo en mí” (Gal. 2: 20). “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Rom. 6:6). “Vosotros consideraos muertos al pecado” (Rom. 6:11). “Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gal 5.24). “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gal. 6:14). La crucifixión es una muerte lenta. Cuanto más muerto estás, más se ve la gloria de Cristo en ti. El capítulo siguiente de Ezequiel habla de servir a Dios. Los que están en condiciones para servir a Dios son los que han crucificado la carne con sus pasiones, y para los cuales el mundo está crucificado. Entonces Dios se glorificará por medio de su servicio.