DOS CLASES DE SERVICIO

“En cuanto a los levitas que se apartaron de Mí… estarán delante de él (del pueblo) para servirle, por cuando lo sirvieron delante de sus ídolos. No se acercarán a Mí. Pero los sacerdotes levitas hijos de Sacoc, ellos son los que se aproximarán a Mí para servirme” (ver Lev. 44:10-15).

Hay dos clases de servicio en el mundo cristiano tipificado aquí en Ezequiel 44. Veamos. Todos los levitas servían en el Templo, pero estaban divididos en dos clases: los que servían a Dios mismo y los que no servían a Dios. Unos estaban cerca de Él y los otros lejos. Mientras que los unos servían a Dios, los otros servían al templo. Estos segundos servían al pueblo, cómo lo habían servido en su idolatría ¡como sacerdotes de sus ídolos! Como consecuencia, Dios les ha castigado. No pueden acercarse a Él, ni ministrar en lo sagrado. Y ¿qué es lo que determina esta discriminación? El pecado.

La misma distinción existe en la Iglesia de hoy. Algunos están sirviendo a Dios y otros están sirviendo al sistema religioso. Los dos están igualmente activos en la iglesia, pero los unos están cerca del Señor y los otros están lejos. El pecado es lo que separa a los dos. No es la clase de ministerio la que hace la separación. Uno puede estar sirviendo como anciano y ministrando a Dios, mientras que otro también sirve como anciano, pero sirve al sistema. Un obrero puede estar sirviendo a Dios o no. Puede estar sirviendo a sí mismo. Puede estar sirviendo por un sentido de deber, o porque le gusta el activismo, o porque no hay nadie más para hacerlo, o porque le hace sentir importante, o útil, o porque es ambicioso, o le gusta mandar, o tiene habilidades de liderazgo y un carácter extravertido y le gusta estar con la gente. Está sirviendo en la carne, y no está sirviendo a Dios. Está lejos de Dios. Y el motivo de su alejamiento es el pecado.

El otro está sirviendo como pastor o anciano porque Dios le ha llamado. Esta persona ha crucificado la carne, ha muerto al mundo, y está llena de Espíritu Santo y cerca de Dios. Obedece a Dios. Dedica tiempo a la oración, disfruta de la intimidad con Dios, ama al Señor profundamente y a la gente, y tiene los dones y requisitos de anciano como vienen estipulados en la Biblia. Esta persona está sirviendo a Dios en lo que Dios le pide y como Dios quiere. Uno puede estar sirviendo en la limpieza del local y estar cerca de Dios y hacerlo porque Dios le ha llamado a servir en esto. Lo mismo se puede decir de cualquier ministerio. Si alguien está activo en la iglesia porque hay mucho trabajo que hacer y está disponible y dispuesto, no lo está haciendo para Dios, sino para la gente, está sirviendo al sistema, no a Dios. Un creyente, cerca de Dios, sirve a Dios. Otro creyente, lejos de Dios, no sirve a Dios. Y los dos pueden estar desempeñando el mismo ministerio. Es más, una misma persona puede ir variando: a veces está sirviendo a Dios y a veces a sí mismo, haciendo lo que le parece. En la historia de María y Marta, Marta está sirviendo a la gente y María estaba sirviendo al Señor. Pablo estaba encadenado en la cárcel sin poder hacer nada, y estaba sirviendo a Dios, mientras que otra persona puede estar activa en mil cosas para la Iglesia y no estar sirviendo a Dios.

Si uno piensa que está sirviendo a Dios cuando su corazón está lleno de envidia, egoísmo, orgullo, ambición, rivalidad, con un carácter descontrolado o déspota, está muy equivocado; no lo está sirviendo en absoluto. Servir o no depende de la vida de oración, el grado de santidad, la motivación, la madurez de la persona, el carácter, la sanidad interior, la humildad, el conocimiento de la Palabra, y la disciplina personal. Si está sirviendo a Dios, habrá fruto eterno; si no, no. Que el Señor hable a cada uno en lo más profundo sobre este tema.