DE LA NO SANTIDAD A LA SANTIDAD

“Porque si vivís conforme a la carne, estáis a punto de morir; pero si por el espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8:13). “Pues los que son de Cristo crucificaron la carne con las pasiones y deseos” (Gal 5:24).

Ya hemos visto que los que viven según la naturaleza pecaminosa morirán, es decir, no son salvos. Van a la perdición, aunque sean pastores o misioneros. Los que practican “inmoralidad sexual, pasiones sensuales, hostilidad, peleas, celos, arrebatos de furia, ambición egoísta, discordias, divisiones, envidia, fiestas desenfrenadas… cualquiera que lleve esa clase de vida no heredará el reino de Dios” (Gal. 5:19-21). El que pretende ser creyente, pero vive en inmoralidad, odiando a otros de su iglesia, creando discordia y divisiones, con ambición egoísta, celos y envidia, evidencia que no conoce a Cristo, que no es de Él, porque no tiene el Espíritu Santo. El Espíritu Santo no vive en un templo gobernado por la vieja naturaleza pecaminosa, porque “los que son de Cristo crucificaron la carne con sus pasiones y deseos” (Gal. 5:24).

¿Cómo se pasa de la vida carnal a la vida espiritual? Hay que hacer morir las obras de la carne, llevándolas a la cruz para que allí mueran: “Porque si vivís conforme a la carne, estáis a punto de morir; pero si por el espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8:13). Crucificamos la carne, o, para decirlo de otra manera, la consideramos muerta con Cristo y la tratamos como muerta. Antes vivíamos en odios, conflictos, peleas, fiestas desenfrenadas, borracherías, inmoralidad sexual, perversiones, porno, adicciones, y más cosas, pero un día conocimos a Cristo, clamamos a Dios por perdón y liberación de la vieja vida, morimos con Él, crucificando la naturaleza vieja y la carne, y Dios nos dio una nueva vida en el Espíritu Santo. Esto es un cristiano. Si nuestra carne ha bajado de la cruz, ¡clávala allí otra vez!
La nueva vida empieza después de crucificar la naturaleza pecaminosa con sus pasiones y deseos. Resucitamos con Cristo para vivir una vida de santidad en el Espíritu. La cruz separa las dos vidas. La vieja vida en la carne es la vida de “no santidad”, de impiedad; la vida en el Espíritu es la vida de santidad. El fruto de ésta es: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza” (Gal. 5: 22, 23). El creyente ama a todos: a sus enemigos, a sus familiares, a la gente complicada, y a los que no conoce. Está gozoso en su salvación. Se siente perdonada y liberada de su vieja vida. Vive en paz con los demás, hasta el punto que sea posible. No crea conflictos. Es paciente: persevera, sigue adelante en su vida de fe en medio de muchas dificultades y no se deje vencer por ellos. Es bondadoso. Trata bien a los demás: es compasivo y generoso. Es bueno. No tiene malicia, no hace daño a otros. No es perverso. Es fiel: fiel a Dios, a su Palabra, a sus responsabilidades y compromisos. Se puede depender de él. Es manso, es decir, humilde, razonable, escucha, colabora, es atento, abierto, disponible. No es bravo, ni terco, tozudo u obstinado. Y por último, tiene autodominio; se controla. No está a la merced de sus deseos, humores, o impulsos carnales, sino que los domina. Controla sus apetitos. Controla sus palabras. Aquí tenemos los frutos del Espíritu.

Esta es la vida en el Espíritu, el resultado de tener el Espíritu Santo morando en nosotros. Es la vida de santidad. Es el templo de Dios lleno del Espíritu Santo, de la gloria de Dios. Así es el creyente, y va creciendo para ser cada vez más como Cristo, manifestando las cualidades de Su Espíritu.