“Acabados estos días… los sacerdotes ofrecerán sobre el Altar vuestros holocaustos y vuestras ofrendas de paz, y me seréis aceptos, dice Adonay Yahvé” (Ez. 43:27).
En la mesa del Señor recordamos a Cristo y sus discípulos celebrando la pascua juntos, ¡Jesús comiendo de lo que simboliza Su sacrificio! Qué los discípulos comiesen de la Pascua, lo encontramos normal, ¿pero que el Señor comiese de su mismo sacrificio? Él mismo dijo: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!” (Lu. 22:15), no porque era la última vez que iban a comer juntos, sino porque simbolizaba que por su muerte serían salvos y comerían justos por toda la eternidad. Tendrían una comunión que nunca termina.
Dios y el hombre en la misma mesa, que es el Altar. Esto es lo que tenemos prefigurado en Ez. 43:27 con el holocausto y el sacrificio de paz. Dios ha vuelto a su Casa para tener comunión con su pueblo liberado de Babilonia. Por eso Él ha vuelto, y por eso ellos han vuelto, para encontrarse juntos en el Altar. El Altar es el lugar de aceptación y también de comunión. Para simbolizarlo Dios y el hombre comen juntos, a la misma mesa. En algunas iglesias en la Santa Cena cantan: “Dios y el hombre a la mesa se han sentado”. En la Cruz de Cristo tenemos aceptación, paz con Dios, la cercanía de Dios, comunión con Dios y comunión los unos con los otros.
Esta sección de Ezequiel empezó con el retorno de la gloria de Dios (43:1-4) y termina con la gloria de Dios (44:1-4), con la Cruz en medio (43:13-27). La siguiente sección habla de la puerta oriental del Templo. Dios instruye que tiene que permanecer cerrada siempre. Simboliza que Dios está dentro, entró y cerró la puerta, porque había vuelto para siempre y que no iba a marcharse otra vez. Por donde Dios ha pasado es tierra santa, y, para recordarlo, no se le permite al pueblo pasar por esta puerta. Aquí tenemos la santidad de Dios, su fidelidad, su presencia y su permanencia.
Como es de esperar, la sección siguiente habla del servicio a Dios. ¡Nos levantamos de la mesa de comunión para servir al Señor! Los que sirven son los funcionarios del templo. Estaban divididos en dos grupos, los que ministraban directamente a Dios, los sacerdotes del clan de Sadoc (44:15, 16), y los que ministraban cara al pueblo. Unos podían servir como sacerdotes en el altar y en el templo, y los otros guardaban los atrios del templo, el edificio y el mobiliario. Los primeros tenían que ser descendientes de Aarón, los segundos, cualquier miembro de la tribu de Leví.
Los apóstoles recogían esta misma división en las iglesias primitivas: los ancianos que se dedicaban principalmente a la Palabra y la oración: profetas, pastores, y evangelistas; y los diáconos que servían en asuntos de orden práctico: consejeros, cuidadores, administradores, secretarios, los del mantenimiento y la limpieza, y un largo etc. Los dos tenían que estar llenos del Espíritu Santo (Hechos 6:3). Los sacerdotes también enseñaban y aplicaban la ley al pueblo (v. 23, 24 con Lev. 10:10, 11), principalmente para que entendiesen la diferencia entre lo santo y lo común, lo limpio y lo no limpio, porque Israel tenía que vivir una vida santa en medio de naciones que no lo eran. Los sacerdotes tenían la responsabilidad de enseñarlo.
Aquí tenemos, pues, el retorno de Dios, el Altar de comunión con Él y los unos con los otros, el servicio al Señor y la enseñanza necesaria para vivir una vida santa.