“Así dice Adonay Yahvé: He aquí, Yo tomo el palo de José… y lo pondré junto con el palo de Judá, y haré de ellos un solo palo, y será uno en mi mano” (Ez. 37:19).
Judá parecía acabado, al borde de la extinción, cuando llega la palabra de Dios diciendo que los va a resucitar y no solo esto, que los hará volver a su tierra. Dios va a crear una nación nueva uniendo el reino del Norte con el reino del Sur (v. 22), “y nunca más serán divididos en dos reinos” (v. 22). “Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor, y andarán en mis preceptos, guardarán mis estatutos, y los pondrán por obra” (v. 24). Los salvará, los limpiará y “me serán por pueblo y Yo a ellos por Dios” (v. 23). “Mi siervo David será príncipe de ellos para siempre” (v. 25). Dios hará un perpetuo pacto de paz con ellos y pondrá su Tabernáculo en medio suyo para siempre (v. 27). Y el resultado será testimonio al mundo: “las naciones sabrán que Yo, Yahvé, soy el que santifico a Israel”. Serán nación santa. Aquí tenemos un resumen de lo que hemos estado viendo en los capítulos 34 a 37. Habrá un solo Dios, un solo pueblo, gobernado por un pacto de paz, bajo un rey que gobernará para siempre.
Es evidente que el cumplimiento de esta profecía no puede ser literal, porque Dios no iba a resucitar a David y ponerle por rey otra vez sobre Israel. Es más, el reino del norte había sido dispersado por los asirios después de la destrucción de Samaria en el año 721 y nunca volvieron como los de Judá que volvieron de Babilonia después del edicto de Ciro en 538. Tampoco iba a reinstalar el Tabernáculo que había sido reemplazado por el Templo de Jerusalén ya hacía siglos. Y, es más, el Templo tampoco iba a funcionar para siempre (Ap. 21:22). Jesús es el cumplimiento del Templo. Con su sacrificio hizo obsoleto los sacrificios de animales para remisión de pecado.
Entonces, ¿de qué Israel estamos hablando? ¿Cuál es el verdadero pueblo de Dios? ¿Hay dos, uno que consigue el perdón de pecado por la sangre de animales y otro que es salvo por la sangre de Jesús? ¿No es el designio eterno de Dios el de “unir todos las cosas en Cristo” (Ef. 1:10), tanto judíos como gentiles? El Señor Jesús dijo: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (Juan 10:16).
Todo el capítulo enfatiza la unidad, no dos unidades. No hay dos olivos. Los gentiles hemos sido enjertados en el verdadero olivo que es Israel. El Israel de Dios está compuesto de los hijos naturales más los hijos adoptivos: los judíos que conocen al Señor y los gentiles salvos, los que han nacido de nuevo, resucitado con Cristo, y han recibido el Espíritu Santo tal como ha sido profetizado en estos capítulos. El nuevo pacto de paz es el que Jesús selló con su muerte y resurrección. Como dice el comentarista Christopher Wright, “Dios no tiene una agenda doble funcionando en relación con sus propósitos de salvación, un pacto con la nación de Israel y otro con los cristianos gentiles. Esta idea del “pacto doble” subvierte por completo la afirmación de Pablo, que sostiene que el mello del evangelio es que en éste, Dios había creado un nuevo pueblo. “Los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio” (Ef. 3: 6). La conclusión de Ezequiel es que Cristo reinará para siempre sobre un pueblo unido. Esta unificación dará testimonio al mundo entero que el evangelio es verdad.