“¡Ven de los cuatro vientos, o Espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan! Y profeticé como me había sido mandado, y el Espíritu entró en ellos, y vivieron” (Ez. 37:9, 10).
“El Espíritu sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va, así es todo el que ha nacido del Espíritu” (Juan 3: 8).
Las dos profecías de Ezequiel (en el valle de los huesos secos) que hemos estado considerando versan sobre la muerte y la vida (Ez. 37:4 y 9). Nos recuerdan que la muerte de Cristo es la primera parte de nuestra salvación, y la venida del Espíritu Santo la segunda. Estábamos muertos y hemos recibido vida: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muerto en vuestros delitos y pecados” (Ef. 2:1). Necesitamos dos cosas: Tenemos que ser perdonados de nuestro pecado, y tenemos que nacer de nuevo.
Y una vez que hemos nacido del Espíritu, hemos de vivir en el Espíritu. “El Espíritu es el que da vida… Las palabra que yo os he hablado son Espíritu y son vida” (Juan 6:63). Esto significa ir recibiendo la Palabra de Dios, creerla, ponerla por obra, e ir siendo transformado por medio de ella. Necesitamos esta obra del Espíritu cada hora del día. De la misma forma que necesitamos respirar cuando salimos de la matriz, necesitamos seguir respirando para seguir vivos. Respiramos e inhalamos vida. Nuestra dependencia del Espíritu es total.
El himno siguiente nos recuerda cuánto necesitamos el Espíritu Santo en todo momento para todo:
Sopla sobre mí, Aliento de Dios, lléname con vida otra vez, para que desee lo que deseas, y haga lo que Tú quieras que haga.
Sopla sobre mí, Aliento de Dios, hasta que mi corazón sea puro, hasta que mi voluntad se funda con la tuya, para hacer y perseverar.
Sopla sobre mí, Aliento de Dios, une mi alma con el tuyo, hasta que esta parte terrenal mía sea radiante con tu fuego divino.Sopla sobre mí, Aliento de Dios, así nunca moriré, sino que viviré contigo la vida perfecta de tu eternidad. Amén.
Edwin Hatch, 1835-89
“Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muerto a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Rom. 8: 11).
“En nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos… el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios” (Rom. 8:26, 27 NVI).
¡Bendita obra del Espíritu!