LA PALABRA Y EL ESPÍRITU

“Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí que dicen: Nuestros huesos están secos; nuestra esperanza se ha desvanecido; estamos del todo perdidos” (Ez. 37:11).

¡Ojalá que podamos identificaros con el ministerio del profeta de Dios para hacer las dos cosas que veremos que Dios le mandó hacer. Es vital. No hay ni vida, ni esperanza fuera de lo que Dios le dice aquí.

Israel se veía muerto y sin esperanza. “Nuestros huesos están secos; nuestra esperanza se ha desvanecido”. Estaban muertos y se daban cuenta de ello. Esto es un buen lugar donde estar. Mejor esto que tener una esperanza falsa. Por fin habían perdido la esperanza de salvación de Egipto. Jerusalén ya había caído. Ellos se encontraban en Babilonia en el exilio. Ahora admitían que estaban allí por su propio pecado, ¡no el de sus padres! Les parecía que el fin había llegado. Estaban resignados a la muerte y a la extinción como nación. Creían que no tenían futuro. Es como cuando el inconverso se da cuenta de que no tiene ni esperanza, ni futuro; para él no hay salida. Entonces está preparado para que Dios le hable.

Es en este momento cuando llega la palabra de Dios a Ezequiel y le dice que haga dos cosas, las mismas que tenemos hacer nosotros en estas circunstancias. (1) Profetizar a estos huesos. (2) Profetizar al espíritu. Vamos por partes.

Profetizar a los huesos: “Me dijo entonces: Profetiza sobre esto huesos, y diles: ¡Huesos secos, oíd palabra de Yahvé!” (v. 4). Profetizar es dar la Palabra de Dios; es decir lo que Dios te diga que digas; es predicar la Palabra; es evangelizar. Esto lo podemos hacer nosotros, predicar, sí; dar vida, no. Esto sería la segunda parte, la que hace Dios. Tienes un familiar, un amigo que está desesperanzado. No tiene futuro. Todo se ha acabado para él. Ya está preparado. Dale la Palabra de Dios. La Palabra es vida.

Profetizar al espíritu: “Entonces me dijo: ¡Profetiza al espíritu! Profetiza, oh hijo de hombre, y di al espíritu: Así dice Adonay Yahvé: “¡Ven de los cuatro vientos, oh espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan!” (v. 9). Hemos predicado la Palabra, la persona la ha recibido, ahora hemos de pedir a Dios que envíe su Espíritu para regenerar. La Palabra y el Espíritu siempre trabajan en conjunto. La persona cree la Palabra y recibe el Espíritu. Son dos operaciones. En este capítulo el Señor desglosa las dos cosas. Si cree, pero no recibe el Espíritu, está todavía muerta. Está convencida pero no convertida. Jesús dijo: “El Espíritu es el que da vida… Las palabra que yo os he hablado son Espíritu y son vida” (Juan 6:63). Jesús predicó el evangelio (Mateo 3-26) y envió el Espíritu Santo (Hechos 2). La persona ha oído el evangelio; ahora lo que necesita es recibir el Espíritu para nacer de nuevo.

“Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestras sepulturas, oh pueblo mío, sabréis que Yo soy Yahvé”. Este es el primer paso. Y la segunda es esta: “Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, os pondré en vuestra propia tierra, y sabréis que Yo, Yahvé, he hablado y lo he cumplido, dice Yahvé” (v. 14). Glorioso evangelio. Poderoso Espíritu de Dios.