“La mano de Yahvé vino sobre mí, y me llevó Yahvé en espíritu y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos… Y me pregunto: Hijo de hombre, ¿podrán vivir estos huesos?” (Ez. 37:1, 3).
Esta es la pregunta del millón. ¿Qué crees tú? Una persona superespiritual se apresura para contestar que sí. Un creyente carnal diría que claro que no. Otro hermano desanimado expresaría sus dudas al respeto. Un teólogo se pondría a hablar de la voluntad de Dios, de los propósitos eternos del Señor, depende… El profeta no ofreció ninguna respuesta. Dijo: “¡Oh Adonay Yahvé! Sólo Tú lo sabes” (v. 3). Dios no le había revelado nada al respeto. Sabía que Dios podía hacerlo, pero no sabía si deseaba hacerlo. Nos recuerda de la conversación que Jesús tuvo con el leproso: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mateo 8:2). Sabía que Dios podía, pero no sabía si quería. Allí es donde estamos muchos de nosotros. Sabemos que Dios puede dar vida a una persona muerta, pero dudamos si quiere. Puede sanar. ¿Quiere? Puede salvar. ¿Quiere? A esta última pregunta tenemos la respuesta: siempre. Siempre quiere salvar. “El Señor… no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
Volviendo al valle, “Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: ¡Huesos secos, oíd palabra de Yahvé!” (v. 4). ¡El profeta no tuvo que orar por ellos, sino mandarles a oír la Palabra de Dios! La Palabra da vida. Como dijo Pedro al Señor: “Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68, BTX, NVI). La palabra de Jesús vivifica. “Así dice Adonay Yahvé a estos huesos: He aquí Yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis… y sabréis que Yo soy Yahvé” (v. 5, 6).
Así que Ezequiel profetizó, y mientras profetizaba los huesos se juntaron, tendones y carne crecieron y los cubrió la piel por encima, pero todavía estaban muertos. No había espíritu en ellos. “Entonces me dijo: ¡Profetiza al espíritu! Y di al espíritu, Así dice Adonay Yahvé: ¡Ven de los cuatros vientos, oh espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan!” (v. 9). ¡Y cobraron vida!, y se pusieron de pie, un gran ejército de hombres.
Luego Dios interpreta la visión al profeta. El pueblo de Israel estaba muy desanimado. Creían que iban a morir en el exilio y que no había esperanza para ellos. “Nuestra esperanza se ha desvanecido; estamos del todo perdidos” (v. 11). En lugar de echarles una bronca por su falta de fe, Dios les manda una palabra tierna: “Así dice Adonay Yahvé: ¡Oh pueblo mío! ¡He aquí Yo abro vuestros sepulcros y os hago subir de vuestras sepulturas, y os traerá a la tierra de Israel!” (v. 12). Maravilla de maravillas. No estaba todo perdido. ¡No iban a pudrirse en el exilio! ¡Volverían a su tierra! “Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis”, y cuando ocurra, “sabréis que Yo, Yahvé, he hablado y lo he cumplido” (v. 14). Israel iba a volver a su tierra, no por casualidad, ni por buena suerte, sino por orden de Dios, y cuando ocurrió, estos desanimados, escépticos, dudosos y derrotados judíos creyeron.
Dios da aliento al desalentado. Pone su Espíritu en un muerto, y vive. ¿Estás desalentado orando por un muerto? Esta es una palabra de ánimo para ti.