EL PACTO DE PAZ

“Estableceré con ellas un pacto de paz” (Ez. 34:25).

Las cosas van a cambiar para estos desgraciados exiliados. Hay un nuevo comienzo a la vista. Ahora proceden palabras de ánimo y esperanza para los que están sufriendo en Babilonia, lejos de su amada patria que yace en ruinas

Dios ya les ha dicho en este capítulo que Él mismo vendrá para pastorearles: “Las apacentaré en justicia” (v. 16). Lo hizo de forma inmediato por medio de Ezequiel y lo hará definitivamente por medio del Señor Jesús, el Buen Pastor: “Y levantaré sobre ellos a un pastor y él las apacentará: a mi siervo David, él las apacentará y será su pastor” (v. 23). Dios dijo que salvaría a su pueblo: “Por tanto Yo salvaré a mis ovejas” (v. 22). Todas esta profecías tienen su cumplimiento inmediato y luego a largo plazo en Cristo, y luego para siempre en los nuevos cielos y la nueva tierra que Dios creará. Dios los salvó de sus enemigos en vida de estos refugiados. Los salvó de sus pecados con la primera venida de Cristo: “Llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21). Y los salvará eternamente en el nuevo Jerusalén, donde estaremos salvos no solamente del pecado, sino de la presencia del pecado, de las tentaciones del mundo y de la carne, y de la obra de Satanás ya para siempre. Y luego Dios les promete restauración: “Y habitarán seguras… y haré que ellas y los alrededores de mi collado sean una bendición, y haré descender la lluvia en su tiempo… el árbol del campo dará su fruto… no volverán a ser despojo de las naciones. No serán ya más consumidos de hambre en la tierra, ni llevarán más la afrenta de las naciones” (v. 25-29). Israel vivirá en paz.

Todo empieza con el nuevo pacto, un pacto de paz. Este pacto fue profetizado por Isaías: “Aunque los montes se muevan y tiemblen los collados, mi misericordia no se alejará de ti, ni será anulado mi pacto de paz, dice Yahvé, que tiene compasión de ti” (Is. 54:10). Jeremías también habló de nuevo pacto, texto que cita el autor de la epístola a los Hebreos: “He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré para la casa de Israel y para la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus antepasados el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto… Pondré mis leyes en sus mente y las escribiré en su corazón, y les seré por Dios, y ellos me será por pueblo… y nunca jamás me acordaré de su pecados” (Heb. 8:8-12 y Heb. 10:15-18). Jesús habló de este pacto la noche que fue entregado cuando dijo a sus amados discípulos: “Tomad, comed; este es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mat. 26: 26-28). Este es el nuevo pacto en su sangre, la base de nuestra relación con Dios, la cual es posible debido a la muerte de Cristo en el Calvario para la remisión de nuestros pecados. Todas las bendiciones espirituales que disfrutamos ahora se basan en su obra en la cruz, y las que disfrutaremos eternamente, también. Este capítulo termina hablando de la gloria futura de Israel, del Israel de Dios, de todos los creyentes de todos los tiempos, debido al Nuevo Pacto. En él tenemos el perdón de nuestros pecados, gloria futura, y un maravilloso Pastor, ahora y eternamente.