EL ÉNFASIS PROTESTANTE

“Y lo crucificaron” (Mateo 27:35).

Una multitud llenaba las calles de Tarragona ayer para ver la procesión de semana santa. Los pasos venían en cualquier orden, sin respeto al orden cronológico: la cruz, luego Getsemaní, ¡terminando con Jesús y sus discípulos en la última cena! El que ignoraba del orden de los eventos de la pasión antes de ir a la procesión salía igual. La música lo decía todo: el tétrico bum, bum, bum del tambor, escalofriante y desgarrador, transmitía desesperación y muerte. Cabezas encapuchadas, caras tapadas y el paso lento de las fraternidades marcaban un ambiente de miedo.

Nada podría contrastar más con la idea Protestante de la cruz. Al contemplarla no sentimos pena por el sufriente, sino admiración y gratitud. No podemos separar la cruz de su significado. Un himno pregunta: “¿Por qué lo clavaron al madero del Calvario? ¿Por qué?, dime, ¿por qué estaba allí? Jesús el ayudador, el sanador, el amigo, ¿por qué?, oh, ¿por qué estaba allí?”. Y el coro contesta: “Todos mis iniquidades sobre Él fueron cargadas. Él las clavó al árbol. Jesús la deuda de mi pecado la pagó por completo; Él pagó el precio del rescate por mí”.

Otro himno reza:
“Oh venid al Calvario, pecadores arruinados por la Caída; aquí un manantial puro y sanador fluye para ti, para mí, para todos, un caudal lleno, perpetuo, abierto cuando murió nuestro Salvador.

Venid en pobreza y humildad, venid contaminados por dentro y por fuera; infectados e inmundos de la lepra de pecado; lavad vuestras ropas y emblanquecedlas para caminar con Dios en luz.

Venid en tristeza y contrición, heridos, impotentes y ciegos; aquí los culpables hallan remisión de pecado, aquí los atribulados encuentran paz.

El que bebe vivirá para siempre; es un manantial que renueva el alma: Dios es fiel, nunca romperá el pacto hecho con sangre, firmado cuando nuestro Redentor murió, sellado cuando se glorificó”.
James Montgomery, 1771-1854

La cruz excelsa al contemplar do Cristo allí por mi murió,
De todo cuanto estimo aquí, lo más precioso es su amor.
No busco gloria ni honor sino en cruz de mi Señor.
Las cosas que me encantaban más las sacrifico por su amor.
De su cabeza, manos, pies preciosa sangre corrió allí.
Corona de espinas fue la que Jesús llevó por mí.
El mundo entero no será dádiva digna de ofrecer.
Amor tan grande y sino igual en cambio exige todo el ser.
Isaac Watts, 1674-1748