“Estableceré con ellas un pacto de paz, y haré que no haya más bestias malas en la tierra, y habitarán seguras en el desierto, y dormirán en los bosques. Y haré que ellas y los alrededores de mi collado sean una bendición, y haré descender la lluvia en su tiempo, y serán lluvias de bendición” (Ez. 34:26).
¡Las ovejas del Señor estarán bien cuidadas! Las guardará de bestias malas, y habitarán seguras y protegidas, bien en el bosque, o bien en el desierto. Les mandará lluvias de bendición. En otras palabras, Dios promete bendición para su pueblo, finalmente, después de la dura disciplina del exilio. Bendecirá los lugares alrededor de su collado, es decir, su santo monte, uno de sus nombres favoritos del Señor para Jerusalén. Estarán de nuevo en su tierra, el Templo estará reedificado, y la vida volverá a centrarse alrededor de él. Habrá prosperidad y seguridad. ¿Y cuál será el resultado? ¡Ya lo sabíamos!: “Y sabrán que Yo soy Yahvé” (v. 27). Este es el refrán que se repite a lo largo del libro.
Todo lo que Dios hace revela quién es. Si castiga, si bendice; si envía hambre, si provee en abundancia; si envía sequia, si envía lluvias copiosas, en todo se da a conocer. Todo tiene la finalidad de comprender más acerca de Dios, de cómo es, cómo piensa, lo que le agrada, lo que quiere de nosotros, la furia de su ira y la inmensidad de su bendición. Es santo y justo. Los judíos acaban de sufrir las consecuencias del pecado; ahora van a disfrutar de la gracia y misericordia de Dios. “Y sabrán que yo soy Yahvé cuando rompa las coyundas de su yugo, y las haya librado de mano de aquellos que se servían de ellas. No volverán a ser despojo de las naciones, ni las fieras de la tierra las devorarán, sino que habitarán con seguridad, y no habrá quien las espante. Y Yo levantaré para ellas un plantío de renombre, y no serán ya más consumidas de hambre en la tierra, no llevarán más la afrenta de la naciones” (v. 27-30). Dios restaurará su orgullo nacional como pueblo de Dios; ser judío será de mucha honra.
“Y sabrán que Yo, Yahvé su Dios, estoy con ellos, y que ellos, la casa de Israel, son mi pueblo, dice Adonay Yahvé. Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi rebaño, hombres sois, y Yo soy vuestro Dios, dice Adonay Yahvé” (v. 30, 31). Dios quiere que le conozcan. ¿Qué sabrán? Que Dios está con ellos, que son su pueblo, las ovejas de su prado, su rebaño, y que Él es su Dios.
Israel volvió a su tierra con la bendición de saber que era la posesión personal del Dios soberano. ¿Esto lo conoces tú? ¿Puedes decir: “Yo soy la posesión personal de Dios?”. ¿Es tu identidad? Como decía el antiguo himno: “Ahora conozco que Yo soy suyo y Él es mío”. Tienes Dueño. ¿Lo sabías cuando Dios te estaba disciplinando? ¿Lo sabes ahora que estás disfrutando de su bendición? En todo lo que Dios ha hecho en tu vida, ha estado revelándose a ti para que tú le conozcas y descanses en su amorosa soberanía. Esta es la finalidad de todas las cosas: conocer a Dios, ser de Él, y tenerle a Él como nuestro Dios particular.