TOCAR FONDO

“Humillaos bajo la poderosa mano de Dios” (1 Pedro 5:6).

            Cuando nuestras circunstancias convergen en un punto de total desolación, cuando la realidad de nuestra situación actual es de una tristeza desbordante, cuando todo lo peor ha pasado y estamos sentados en el suelo, abrumados por el mal que nos ha acontecido, porque todo el mal que hemos vivido durante años ha llegado a su clímax, lo que hemos de hacer es humillarnos bajo la poderosa mano de Dios.

“Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gál. 6:7)  Esta es una ley de la naturaleza y también una ley del mundo espiritual. Nuestras acciones en el pasado, más pronto o más tarde, llegan a su fruición. Si en el pasado fumábamos  mucho, aunque lo hayamos dejado hace tiempo, es posible que contraigamos un cáncer. Si en el pasado bebíamos mucho, aunque hayamos dejado la bebida, podemos tener graves consecuencias. Lo mismo con la droga. Conocíamos a un chico que se convirtió de la droga con una conversión muy poderosa. Estaba en el hospital lleno del Espíritu Santo, testificando con unos y con otros, con un gozo muy grande en el Señor; pero el Señor se lo llevó.

Estos ejemplos son fáciles de ver, pero lo mismo pasa con nuestras relaciones con otros en el pasado, o con las decisiones que hemos tomado en el pasado, o lo que hicimos. Aunque nos hemos arrepentido, podemos sufrir las consecuencias muchos años más tarde. Si hemos confesado nuestro pecado, el Señor nos ha perdonado, pero quedan las consecuencias. Cosechamos lo que hemos sembrado.

Cuando nos alcanza nuestro mal, podemos humillarnos bajo la poderosa mano de Dios, y orar así:

“Hice lo que hice en el pasado porque así es como era. Estoy cosechando ahora los resultados de lo que sembré entonces. Reconozco que he traído sobre mí mismo todo este sufrimiento, y me echo sobre la misericordia de Dios. Amén”.

No pedimos nada. Dejamos que Dios decida lo que hará con nosotros. No usamos esta oración para manipularle o para conseguir nada. Reconocemos la justicia de nuestra realidad, y ya está. No culpamos a nadie, ni pedimos nada por nadie, ni exigimos nada a Dios. Lo que nos ha pasado ha tardado en venir, como la semilla tarda en germinar, pero finalmente ha venido.

“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17).  

Dios ya verá lo que hace con nosotros.