¿MACHISIMO, FEMINISMO, O LA PALABRA DE DIOS?

“Cristo amó a la  iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Ef. 5:25, 26).

            Curioso, el texto no dice que Cristo purifica a la iglesia con su sangre, sino con la Palabra. Es de ella donde tiene que sacar la enseñanza para ser santificada; obedecerla santifica. La sangre justifica, la Palabra santifica. Generalizando mucho, las iglesias o bien usan la Palabra para tener mucho conocimiento y poca vida, o la usan como base para construir su propio legalismo por encima de ella, o bien prescindan de ella como obsoleta y sacan su modelo del mundo. Los dos extremos son la mentalidad franquista y machista, y la mentalidad actual y feminista. El resultado en ambos casos es una iglesia no santificada. O bien arrastra la mentalidad del siglo XX, o bien la del XXI, pero ninguno de estos extremos refleja la santidad que debe caracterizarla, santidad que se manifiesta en la separación del mundo y la plenitud del Espíritu Santo.  

            Tocante al tema candente de la mujer, la santidad no consiste en su anulación, ni tampoco, en el otro extremo, en que ella pase por delante de los hombres. La mujer atada a la pata de la mesa no es la espiritual, ni mucho menos aquella que lidera su iglesia, sino la que ha alcanzado madurez en Cristo. Ésta está realizada y desarrollada como mujer, está usando sus dones para servir al Señor y ha alcanzado su potencial, sin salir de su lugar tal como viene definido en las Escrituras. No ha perdido su personalidad, ni su carácter femenino, sino que ha florecido como mujer cristiana.

            Algunos creen que esto no es posible; que, o bien, tiene que estar creando hijos, o bien predicando, pero estos son los dos extremos, ninguno de los cuales es sano emocionalmente para la mujer, ni bíblico. Se oyen cosas preocupantes, por ejemplo, del caso de una mujer que salió del hospital con orden médico de hacer reposo para recuperarse, pero se empeñó en ponerse en la cocina para desempeñar su papel de siempre, se supone porque no concebía la vida de otra forma. En el otro extremo está la que estudia en el semanario bíblico para pastorear una iglesia.

            Lo que se ve con mucha frecuencia son, por un lado, iglesias machistas que se casan muy bien con el legalismo y el ultra conservadurismo, y, por el otro, iglesias feministas que se casan muy bien con el liberalismo y la mundanalidad. Escasean las que tienen mujeres libres, responsables, obedientes y sometidas a Dios por voluntad propia, sin que nadie marque las reglas y sin que se desmadren siguiendo sus deseos carnales. Lo que cuenta es la relación que uno sostiene con el Señor. Que sea real, auténtica y sincera; ni impuesta, ni descuidada. Esto es mucho más difícil conseguir que educar la congregación en el conocimiento bíblico, pero sin ello, es imposible conocer a Dios. El conocimiento bíblico no es la finalidad, sino el punto de partida para una vida auténtica en el Espíritu.

Los amigos de Dios que salen como ejemplos en las Escrituras son hombres como Abraham y David, no personas perfectas, pero personas auténticas con un corazón para Dios. Esta es la clase de congregación que la iglesia debe estar produciendo, compuesta de personas libres, disciplinadas, instruidas, sometidas, realizadas, serviciales, misericordiosas, emocionalmente sanas y apartadas para Dios, hombres y mujeres que viven una vida de santidad en el poder del Espíritu Santo. ¡Qué el Señor nos ayude! Tenemos mucho camino por delante, pero esta es la meta.