“Y Jehová dijo a Moisés: Dí a Aarón tu hermano, que no en todo tiempo entre en el santuario detrás del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, para que no muera; porque yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio” (Lev. 16:2).
La nube que descansaba sobre el Tabernáculo no fue un fenómeno desconocido por los hijos de Israel. Ya habían tenido muchas experiencias con la nube y estaban familiarizados con su presencia. Cuando Dios los rescató de Egipto, la nube les dirigía y les protegía: “Y el ángel de Jehová iba delante del campamiento de Israel, se apartó e iba en pos de ellos; y asimismo la columna de nube que iba delante de ellos se apartó y se puso a sus espaldas, e iba entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel, y era nube y tinieblas para aquellos, y alumbraba a Israel de noche y en toda aquella noche nunca se acercaron los unos a los otros” (Ex. 14::19-20). ¡Qué diferencia la presencia de Dios para unos y para otros!
“Extendió una nube por cubierta, y fuego para alumbrar la noche” (Salmo 105:39). Y hace lo mismo para nosotros, nos cubre y nos ilumina. La nube les acompaño en todo su trayectoria: “Cuando la nube estaba sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían” (Num. 9:19).
Cuando Dios impartió su Ley, estuvo presente la nube: “Entonces Jehová dijo a Moisés: He aquí yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo habló contigo, y también para que te crean para siempre” (Ex. 19:9). “Entonces Moisés subió al monte, y una nube cubrió el monte. Y la gloria de Jehová reposó sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió… y la apariencia de la gloria de Jehová era como un fuego abrasador en la cumbre del monte… y entró Moisés en medio de la nube, y subió al monte; y estuvo Moisés en el monte cuarenta día y cuarenta noches”(Ex. 24: 15-18).
El Nuevo Testamento dice: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar” (1 Cor. 10:1, 2). La nube representa el Espíritu de Dios; es como el lavacro donde uno recibe el bautismo en el Espíritu, pues todos fueron bautizados en la nube.
En la Transfiguración: “Una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mat 17:5).
En su ascensión: “Cristo fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos” (Hechos 1:9).“Desde ahora veréis al Hijo de Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mat. 26:64). Y en su segunda venida: “Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria” (Lu. 21:27). “Seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:17). “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le vera” (Ap. 1:7). A lo largo de su historia el pueblo de Dios ha experimentado su presencia en la gloriosa nube que le acompaña, desde sus inicios hasta el final de su jornada aquí en la tierra. Y, aunque no lo vemos, ¡tiene que haber una nube sobre la cabeza de cada uno de sus hijos ahora, en este tabernáculo nuestro, porque nunca está lejos de su presencia!